jueves, 31 de mayo de 2012

LA VIDA EN UN ELEFANTE BLANCO


Por Ariel Torres

El domingo fui a ver la nueva película de Pablo Trapero y Ricardo Darin. La verdad, salí maravillado y shockeado, desde diversos puntos de vista.
Ahí, como núcleo vertical, en plena Ciudad Oculta, se encuentra en mayor mito peronista de la historia. El que decía que iba a ser el mayor hospital para enfermos infecciosos de América Latina. Una institución modelo.
Se imaginan lo que hubiera sido la lucha contra el SIDA si hubiera existido semejante institución? Nadie cumplió, y mucho menos dignificó: el esqueleto a medio construir sigue ahí, y le dicen El Elefante Blanco.

Ese recuerdo de una trozo de modernidad y dignidad que no fue en el frontispicio de una de las mayores villas de la Capital Federal, con un nombre adecuado. Un elefante blanco es un objeto rarísimo que se persigue y nunca llega, que sólo aparece muerto.
Y las villas son eso: algo que vemos como un mal que no puede terminarse de ningún modo, que genera un modo de vida con reglas propias. Las vemos como un satélite o –peor- como otro planeta a punto de invadirnos.
Más que los muertos, es el recuerdo constante de que están allí lo que le causa miedo al ciudadano –sobreviviente- urbano promedio: agachá la cabeza, portate bien o te espera la villa, el Monstruo.

Elefante Blanco es una película de esas que dejan huella. Trapero filma así, te guste o no. Crudo, real, sanguíneo y sangriento. Aquí hay un grupo heroico: un cura arraigado desde hace muchos años en la villa, que intenta llevar adelante un plan de viviendas y pelearles a las adicciones de los chicos. Pero le queda poco tiempo; por eso rescata de una misión en el Amazonas a su mejor amigo, un cura francés, al que trae como su discípulo, literalmente hablando. Y se suma una asistente social, cuya vida está dedicada, casi por completo, a intentar arrancarle algo de dignidad a ese pozo.
Hay una cumbre eclesiástica a la que Trapero ubica como si fuera un comité político cualquiera, los punteros de turno tratando de llevarse agua para su molino, y dos bandas de narcos disputándose el terreno, valiéndose de los chicos de la villa cono sus obreros, y su carne de cañón.

Realidad pura que –obviamente- supera largamente a la ficción.

Trapero filma la villa con largos planos secuenciales, mucha cámara en mano, y logra sumergirme en ese mundo logrando lo que siempre busco en una película nacional (que no son santas de mi devoción); y esto es que no se trata de contar la historia de estos tres personajes, sino de ver cómo estas tres hebras maestras de la trama se combinan con un ambiente real. Porque Elefante Blanco es, en cierto modo, una película documental, no tanto por el hecho de filmar en el lugar, sino por mostrar cómo funciona la vida en ese planeta extraño siempre a punto de colisionar con el nuestro, con el tuyo, con el mío.

El director muestra –y el edificio emblemático, vertical, ominoso, lo deja clarísimo- que esta miseria es el producto de la movilización total, de la innominada y desalmada inmigración interna a la que nuestro país ha obligado a la gente del interior. Por la fenomenal transferencia histórica de riqueza desde el campo a la ciudad.
El afán de supervivencia de esos seres hace que todo cumpla otra función, que la estructura vaciada y ausente de lo que fue alguna vez el proyecto de un edificio para la vida sea un recordatorio de una tumba esperando resurrección.

Entonces? Una película testimonial más? No: por fin un relato que transforma ese lugar siempre retratado con asco y con condescendencia en el campo peligroso de la aventura humana, en la metáfora de nuestro propio paisaje emocional.
Elefante Blanco es el paseo por ese otro planeta, por ese otro mundo que está demasiado próximo. Una aventura, ni más ni menos.

Por lo menos... así lo ví yo. Y se las recomiendo, largamente.

martes, 15 de mayo de 2012

Los fantasmas de CFK...


Por Ariel Torres

La presidenta pronunció el jueves pasado un discurso que más tarde o más temprano pasará a la historia del oficialismo como uno de sus grandes documentos. Expuso con inesperada transparencia las razones a las que atribuye sus dificultades económicas, pero -sobre todo- a la luz de ese discurso se hace simple advertir los problemas que ella no consigue detectar, las preguntas que no puede formularse.
CFK acabó por fin de definir un fenómeno cada vez más evidente: la furia contra Hugo Moyano es ya la anécdota de un conflicto más amplio con el sindicalismo en su conjunto. Ese jueves, el metalúrgico Antonio Caló encabezó un paro general para conseguir un aumento de salarios del 31%. Caló fue a la huelga a pesar de que la presidenta le había ordenado un arreglo del 21%. Caló es/era el candidato del Gobierno a conducir la CGT en reemplazo de Moyano... Qué sucedió?
Los dirigentes sindicales se han convertido en una dificultad. Para la señora de Kirchner, la razón hay que buscarla afuera. Según ella, "durante unos cuantos meses, desde los medios de comunicación monopólica intentaron ocultar lo que pasaba con el mundo, pero ya es inocultable"(…). Es decir, la crisis internacional exige mayor responsabilidad de los actores sociales porque "nosotros no nos caímos del mundo, sino que el mundo se cayó sobre nosotros"(…).
Esta tan particular manera de ver las cosas dispara varios interrogantes: por qué "el mundo" no se cayó también sobre Brasil, Colombia o Perú, que crecerán este año más del 4%? Por qué no aplastó a Rusia, Turquía o Polonia, que se expandirán al mismo ritmo? Por qué el derrumbe nos afecta este año y no el anterior, si el crecimiento internacional será el mismo? Y el acertijo principal: por qué los demás gobiernos de la región no están afectados en el frente sindical? Al contrario: el brasileño más famoso ES un sindicalista.
Las anteriores preguntas comienzan a tener respuesta nomás cuando se incorpora una variable que la Presidenta no puede ni quiere mencionar: la inflación. Es la inflación, y no "el mundo", la que explica que la Argentina sea el único país de América Latina en el que los gremialistas son noticia.
Es historia reciente y es presente también, que con una excitante fiesta de consumo, los Kirchner menospreciaron la inflación. Corrieron con ventaja: encontraron un país que venía de una recesión de cuatro años; sólo se podía crecer; la capacidad ociosa de la economía era superior al 50%, y la pobreza había alcanzado al 55% de la población. Desde un punto de partida tan bajo, cualquier estrategia expansiva no tendría solución de continuidad en el mediano plazo.
Pero ese límite llegó. La inflación fue quitándole competitividad al aparato productivo y exigiendo subsidios cada vez más insostenibles para las cuentas públicas. Los costos en dólares se volvieron una mochila insoportable para las empresas. El superávit comercial se redujo más y más, con la consecuente escasez de divisas.
Existe recetas varias desde lo macro para estos problemas: podríamos haber recurrido al mercado de deuda internacional, puesto que estábamos medianamente bien vistos hasta el 2010. O podríamos haber devaluado ordenadamente, por capítulos, con la única finalidad de una corrección controlada. No. Se optó por una tercera vía: bloquear las importaciones, impedir la liquidación lógica de dividendos al exterior e intervenir el mercado de cambios. Es decir, el gobierno montó un corralito más sofisticado que el de Cavallo. Del bloqueo al acceso de pesos para impedir la demanda de dólares, se pasó directamente a suprimir la oferta de verdes billetes.
La actual situación de conflicto con los sindicalistas se alimenta de esta política. La clausura de la economía induce a una mayor inflación, puesto que los bienes que no se encuentren en el mercado, comenzarán a subir sus precios, por una simple cuestión de demanda. Y el laberinto cambiario dispara el dólar paralelo y, con él, los precios de reposición de las mercaderías. Y no se detendrá, porque en un escenario donde no es aconsejable el ahorro, el consumo seguirá como pueda, incrementando la inflación por exceso de demanda, y por obvia contracción de la oferta.
El jueves, la presidenta le pidió a los empresarios que inviertan, recordándoles los subsidios y exenciones fiscales que ella ofrece. No se le ocurrió preguntarse por qué, con esas ventajas, ellos se resisten a invertir. Tampoco indaga por qué las empresas quieren remitir sus utilidades al exterior cuando "el mundo" se derrumba y la Argentina es un edén, en el medio de un Relato que ya nadie cree ni compra.
El agotamiento del “modelo” convierte a la inflación en un problema inocultable. Moderar la escalada salarial y mantener la vitalidad del mercado interno serán en adelante objetivos incompatibles.
Son reglas básicas, simples, inevitables: si lo que se pretende es mantener el salario real, es decir, otorgar aumentos nominales por encima de la inflación, habrá que destruir puestos de trabajo. Si se pretende mantener los puestos de trabajo, habrá que reducir el salario real. El Gobierno ya no podrá aspirar a mejorar el poder adquisitivo de los asalariados y a incrementar el nivel de empleo al mismo tiempo. No es posible ambas cosas sin la participación de un mago o un alquimista.
Esta variable de ajuste intelectual es lo que CFK no pudo comunicar el jueves pasado. Aunque estuvo cerca de hacerlo, al recordar que "no hay mayor disciplinador social que la desocupación". Es una buena frase que evidentemente sólo está para adornar lo demás, en el discurso de la presidenta.
En las actuales condiciones en las que se encuentra nuestra economía, ha quedado sepultada la posibilidad de una CGT oficialista. El discurso del jueves fue la última palada de tierra sobre ese sueño. Además de redefinir el vínculo sindical, Cristina Kirchner tendrá que revisar su hoja de ruta política en el marco del nuevo contexto económico. Será cuestión de echarle mano a la Constitución para reelegirse, o mascullar una bendición a Daniel Scioli, que se postuló a la Presidencia teniendo en cuenta las dificultades materiales del Gobierno.
El nuevo slogan sería algo así como “Cristina para todos… y todas”.
Las actuales circunstancias son, como mínimo, interesantísimas, casi excitantes sino fuera porque es la realidad, y no una película de suspenso. El kirchnerismo deberá encarar el ajuste encaramado en su hegemonía. De ese entorno, ajuste y hegemonía, brotará un impulso autoritario. También esa inclinación estuvo presente en el discurso del jueves. Cristina Kirchner concluyó su elogio a las tareas de espionaje de la Gendarmería con esta frase: "Así que quédense tranquilos. Salvo que estén haciendo algo que no corresponda, ahí si puede ser que estén en el proyecto X".
Quiso parecerse a una broma, terminó pareciéndose veladamente a una amenaza.

sábado, 12 de mayo de 2012

La Fábrica de producción de Verdades.


Por Ariel Torres
El Gobierno ha inaugurado una fábrica de producción de verdades que sirve para liberarse de las responsabilidades que le caben por la declinación argentina en relación al mundo y América Latina. Esta fábrica tiene el objetivo de producir y diseminar el relato oficial para que asome como la única verdad. El así llamado “relato” está construido sobre una cadena de medidas que incluye desde cambios metodológicos para especialistas hasta la intimidación de voces disidentes. Así se producen verdades. Dos ejemplos bastan para demostrarlo: la inflación y el déficit energético.
En 2007 el INDEC fue intervenido. En particular, se modificó la metodología utilizada para calcular el índice de inflación, reduciendo la cantidad y cobertura geográfica de los productos incluidos en el IPC: el número de variedades disminuyó 50%, el número de precios relevados disminuyó 60% y el promedio del número de observaciones por variedad disminuyó 50%. Entre los productos eliminados de la muestra se encuentran alimentos básicos –como algunos cortes de carne– y servicios, como la enseñanza universitaria, el servicio doméstico y los cigarrillos. El resultado es un nivel de inflación oficial mucho menor al que el Gobierno debería reconocer sin estos cambios. Tras la intervención, queda la tarea de hacerla efectiva. Para ello el Gobierno se encargó de intimidar y de aplicar multas a consultoras privadas que difundían índices independientes.
Inclusive, se iniciaron acciones legales contra los economistas Carlos Melconian y Orlando Ferreres, fundamentadas en la aplicación de la Ley de Lealtad Comercial, sancionada por la última dictadura en mayo de 1983. Está claro que la racionalidad detrás de estas medidas es la de mantener una realidad creada a partir de las estadísticas oficiales. En lo que va del año la inflación oficial de enero fue de 0,9% y la de marzo de 0,9% en contraposición con el 2% y 2,3% estimado por consultoras privadas, respectivamente. En lugares donde el aparato de intimidación del Gobierno no llega, como la revista The Economist, han decidido sencillamente no publicar datos de inflación para el país.
El segundo ejemplo de producción de verdad es la expropiación de YPF. El “relato” se basa en un discurso nacionalista a favor de la recuperación de la soberanía de nuestros recursos energéticos. Sin embargo, hay una cruda realidad: la destrucción y el vaciamiento del aparato energético nacional han sido convalidados por los integrantes de este mismo Gobierno. En diciembre del 2007 Néstor Kirchner acordó el ingreso de Enrique Eskenazi, del Grupo Petersen, a YPF con la compra del 14,9%, luego incrementado al 25%, del capital accionario. Esta transacción fue financiada por diversos bancos internacionales y por la petrolera misma, que le otorgó un préstamo por casi la mitad del total de la transacción. YPF, con consentimiento del Gobierno, acordó pagar 90% de sus ingresos en dividendos para que Eskenazi pueda saldar su deuda.
El Gobierno Nacional, que ahora acusa a Repsol de vaciamiento, era dueño de la acción de oro, pero jamás cuestiono los balances de la empresa y hasta hace poco elogiaba el compromiso de la empresa de invertir en el país. ¿Cómo se tapa la crisis energética y el rol del Gobierno Nacional en ella? Siguiendo el método que ya vimos en el INDEC. El primer paso es un cambio metodológico. A partir del 2005 las reservas energéticas comenzaron a medirse tomando en cuenta la vida útil del yacimiento en lugar del final de la concesión de la empresa encargada de explotarlo como tradicionalmente se había hecho.
Según estadísticas de la Secretaría de Energía, a fines del 2002, las reservas de gas eran de 660 mil millones de metros cúbicos. Para fines del 2010, éstas eran de 358 mil millones de metros cúbicos: una disminución de 45%. En cuanto a las reservas de petróleo, el Gobierno de Kirchner recibió un total de 448 millones de metros cúbicos, mientras que a fines del año 2010 eran de 401 millones de metros cúbicos: una baja de 10%. Sin ese cambio metodológico la caída en reservas sería aún mucho mayor. Vemos, de nuevo, que se modifican estadísticas oficiales como parte de la producción de verdades. La inflación y la crisis energética son apenas dos ejemplos de la labor de una fábrica que trabaja con recursos sofisticados –como los cambios metodológicos mencionados arriba– y otros más burdos.
Entre estos últimos esta la creación de un aparato mediático sostenido con privilegios y dineros públicos. Esta práctica se sostiene en el reparto discrecional de la pauta de publicidad oficial, beneficiando a los medios cuya línea editorial es afín al Gobierno, en detrimento de los restantes, especialmente diarios de alcance masivo como Clarín y La Nación. Esta distribución inequitativa está construida sobre un vacío desde el punto de vista legal, dada la ausencia de normas al respecto en la legislación federal. Los vacíos en la ley permiten al Gobierno mantener su relato a través de un grupo de medios amigos.
El Gobierno también ha creado un aparato paraoficial, a través de la politización de medios que se encargan de defender su gestión. Un claro ejemplo es el programa 6,7,8 en el canal de televisión pública, donde los periodistas repiten incansablemente las verdades del “relato” oficial. Otro ejemplo la proporciona la agencia oficial Télam, utilizada como una herramienta de propaganda al servicio del Gobierno y la construcción de verdad. Ya lo ha demostrado el ex director de la agencia, Martín García, cuando afirmó: “No queremos periodistas, queremos militantes”. Por otra parte, el Gobierno ha utilizado la cadena nacional, aun contrariando la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual impulsada por el kirchnerismo y sancionada en 2009, que en su artículo 75 establece que el Poder Ejecutivo podrá recurrir a este mecanismo solamente en “situaciones graves, excepcionales o de trascendencia institucional”. Néstor Kirchner la utilizó sólo dos veces durante su Presidencia, mientras que para Cristina Fernández no existen cifras exactas dadas la extensa utilización que hizo de las mismas.
La ausencia de conferencias de prensa durante el Gobierno de Cristina es otra manera de callar voces disidentes y el cuestionamiento del relato oficial por parte de los periodistas. La fábrica de verdades se construye sobre tergiversaciones en las estadísticas oficiales, la creación de un aparato de medios amigos a través de la distribución de beneficios y la intimidación y la eliminación de voces independientes. En este punto la política de nuestro país se cruza con la literatura, ya que parece tomar actualidad aquella reflexión de George Orwell en 1984, “quien controla el presente controla el pasado” y “quien controla el pasado controla el futuro”.

jueves, 10 de mayo de 2012

La euforia patriotera tiene muy poco que ver con el buen nacionalismo


Por Ariel Torres

Confieso que me ha sido muy difícil y complicado compilar estas palabras, por la variedad de temas involucrados, y por el muy particular momento que estoy pasando desde el punto de vista familiar, que no viene al caso. Pero que ha sido determinante para que tome distancia obligada del bombardeo diario de acotecimientos desencajados en los que vive nuestro país.

Del calesitero mundo ideológico kirchnerista surge con más énfasis que nunca la palabra "nacionalismo", usado en una suerte de conveniencia y connivencia que asombra. Domesticado el "establishment" -que come de su mano-, acorralada la "oligarquía vacuna" -el campo ya no tiene poder de movilización-, derrotada la oposición política -no sabe a qué oponerse- y eclipsados los "medios hegemónicos" -avanza una gigantesca corporación mediática sostenida por el Estado-, el kirchnerismo busca enemigos flamantes para librar contra ellos "quijotescas" batallas. Su aparato digestivo se alimenta de monstruos perversos y la tropa se pone ociosa e irritada si carece de alguna motivación sanguínea. 

Es que la épica no funciona si sólo se trata de administrar y ser eficientes.

Pareciera que la lógica de este tercer mandato consiste en luchar contra las grandes potencias y contra los miserables cipayos. Dentro de esa tradicional lógica nacionalista se inscribe el marketing malvinero y el discurso simplón desplegado por la militancia luego de la confiscación de YPF. Es importante para mí confesar, a estas alturas del partido, que el kirchnerismo me resulta un movimiento fascinante, oscuro y luminoso, excepcional en sus cualidades de política real y nefasto en sus prácticas facciosas y divisionistas. Semana tras semana intento escribir de otra cosa y no lo consigo: el kirchnerismo me interpela, me sorprende, me ofende, me repugna y me provoca admiración. Me tiene, como una gran película, al borde de la silla, comiéndome las uñas. No cabe la menor duda de que el nacionalismo, que está en su genoma, es un componente necesario para la construcción de cualquier país: no hay ninguna república relevante que no sea culturalmente nacionalista, desde Estados Unidos y Rusia hasta Francia, Alemania y Japón. Quienes abominan de esa voluntad nacional están negando la fórmula del éxito. El problema, claro está, se encuentra en los grados de nacionalismo que un país puede desarrollar. Ningún país excesivamente nacionalista ha dejado de ser cerrado, autoritario y decadente. Ningún nacionalismo logra, en estos tiempos modernos y multilaterales, una prosperidad que no sea efímera.

Mi intención de cuestionar el relato radica en que si critico la forma en que se confiscó YPF, estoy en contra de que el petróleo sea nacional o trabajo para Repsol y la Corona española. También la idea de que soy un cipayo si opino que el spot de los Juegos Olímpicos filmado secretamente en Malvinas y divulgado por Presidencia de la Nación, me parece una peligrosa chiquilinada chauvinista. O que la oferta de "dale una oportunidad a la paz" con que nos dirigimos a los flemáticos burócratas del Foreign Office me suena a una triste perogrullada. Cuestiono, a su vez, la posibilidad de que uno esté defendiendo inexorablemente los intereses británicos si no convalida el papelón que hizo nuestra embajadora en Londres al interpelar, en público y fuera de lugar, al canciller inglés, en una de las maniobras más burdas y ridículas de la diplomacia de los últimos años.
Describo todos estos golpes de efecto porque oí que nuestra presidenta pronunciaba una frase inquietante acerca de este último incidente: "El canciller inglés se molestó -dijo Cristina esta semana-. Lo que no me parece lógico es que se hayan molestado algunos argentinos, como he leído en algunos medios".
La manera tan particular de artucilar ese párrafo sugiere que no es patriótico estar preocupado por la imagen de nuestro país en el mundo. Muy por el contrario, yo creo que un nacionalista verdadero jamás deja de sufrir cuando se daña la marca Argentina. Ni cuando esa marca queda asociada a arbitrariedades jurídicas, discursos hostiles contra las inversiones y gestualidades bananeras. Tienden a pensar los militantes nacionalistas que el capital extranjero siempre se reduce a multinacionales vampíricas que vienen a chupar la sangre del pueblo y que trabajan para el imperialismo. Cristina es mucho más inteligente que eso, pero no es lo suficientemente didáctica con sus soldados. A la maestra y a los discípulos deberían preocuparles los datos de la Cepal: el mundo invierte muchísimo más en Brasil, México, Colombia y hasta en Perú que en la Argentina. ¿Puede un hombre que quiere a su Patria alegrarse ante esta evidencia? Si eso es el nacionalismo, me temo que estoy con Albert Camus, quien dijo alguna vez: "Amo demasiado a mi país para ser nacionalista".
Lejos está de mí, en este caso, ser o parecer apocalíptico. Pienso que todavía la Argentina no se chavizó lo suficiente como para convertirse en parodia, y que los capitales menos escrupulosos hacen de tripas corazón cuando huelen el oro negro. Pero estamos hablando de otra cosa. Hablamos, por ejemplo, de Brasil, quizá la sociedad más nacionalista de América latina, y de cómo los brasileños cuidan su reputación global, son una aspiradora de inversores, se esfuerzan por garantizar seguridad jurídica y envían al mundo el mensaje de que luchan contra la corrupción.
Aqui hubo una buena y una mala noticia. La buena es la recuperación del petróleo. La mala, cuando no pésima, es la euforia patriotera con que la rodeó. La administración de YPF es una enorme incógnita. Y a propósito: no me parece muy patriótico recuperar la línea de bandera y fracasar a la hora de administrarla, pues no hay nada más patriótico que manejar bien los activos del Estado. Ni nada más antinacional y funcional a los privatizadores patológicos, que la gestión bochornosa de una empresa estatizada.
El kirchnerismo inteligente -que lo hay- debería cuidarse mucho de no convertirse en un malversador serial de las grandes causas de las que se hace creador.