Por Ariel Torres
Si bien los datos cuantitativos en ocasiones aburren, son necesarios para poner en contexto un análisis determinado, y si bien no son muchos, está bueno prestarles atención porque son una foto de la realidad. Una realidad cuyo pronóstico no es tan bueno.
Veamos a lo que me refiero: entre 2010 y 2014 el PBI per cápita creció apenas 1,3% (si le hacemos caso a los privados, cayó un 2%), el empleo privado registrado creció 2,3% y el saldo comercial (a pesar del cepo a las importaciones) bajó de 1,9% a 1,3%. No le fue mejor a la inversión, ya que cayó de 23% a 20%, descapitalizando gravemente al país, y los resultados en lo que se refiere a calidad educativa se estancaron. Incluso el proceso de inclusión social, uno de los logros de los años 2000, da señales de agotamiento.
Si bien la economía no es lineal, nada sugiere que seguir haciendo lo mismo que hasta ahora, sea una estrategia promisoria de desarrollo.
Si bien es probable que los candidatos adviertan estas limitaciones y esta necesidad de cambio, mucho menos probable es que tengan en claro el tamaño y la multiplicidad de tareas que nos esperan para crecer de manera sustentable y equitativa por los varios años que hace falta. Es poco probable que piensen en el desarrollo con el único norte de ganar las elecciones. El futuro parece ser una materia de los astrólogos, solamente, pero la inflación, el dólar, los cepos, el financiamiento externo -los temas hegemónicos de la campaña, que probablemente condicionen las políticas en 2016- son la punta de un iceberg cuyo balance más espinoso entre productividad y empleo, crecimiento y bienestar, ya desvela a nuestros vecinos próximos, y no tanto.
La pregunta que me hago siempre en estos casos es la misma: superada la coyuntura, cómo hacemos para crecer sin sobreendeudarnos ni sacrificar calidad de vida? La respuesta instintiva a esta pregunta suele ser una seguidilla de eslóganes: más educación, más inversión, mejores instituciones (los más ortodoxos), mejor Estado (los menos). Pero cada uno de estos conceptos encierra en sí mismo una discusión, o varias.
La apertura de la llave me obliga a añadir interrogantes como qué entendemos por educación, si prevalecemos presupuesto y escolarización a la formación docente y la calidad educativa. O si apuntamos a la infancia temprana y el nivel inicial (para contener la acumulación de déficits) o a la educación superior, para no quedar a la cola de la innovación tecnológica.
¿Cómo reconciliamos estos objetivos complementarios con la escasez de recursos y la resistencia natural al cambio? Preguntas similares surgen al encarar otros aspectos del desarrollo como el financiamiento de la inversión, las políticas productivas y laborales o el estímulo a la innovación. El peligro es menoscabar estos desafíos, convencernos de que con renovación de elenco y "shocks de confianza", salimos adelante.
En la Argentina este debate oscila entre la nostalgia desarrollista de los años 60 y una apertura esperanzada a la innovación y la productividad como umbrales de un crecimiento cualitativo. Entre estos dos extremos se va consolidando una visión alternativa, a mitad de camino entre el aperturismo y el proteccionismo, basada en la incorporación de conocimiento, en la interacción entre el Estado y el sector privado, en la creación de liderazgos comprometidos con el futuro del país.
Según esta visión, los desafíos son esencialmente tres. El primero es generar el know how de lo nuevo, por ejemplo: Finlandia pasó de talar bosques a diseñar cortadoras y de diseñar maquinarias de precisión a crear Nokia. Si bajo este concepto nos preguntáramos si Argentina debe orientarse a envasar alimentos o a fabricar cosechadoras, yo diría por qué no los dos? El desarrollo (y las políticas públicas que lo estimulan) no son unimodales. Hay que hacer muchas cosas, simultáneamente. Así como el desarrollo productivo es la acumulación de muchas pequeñas acciones, también es el fruto de estrategias múltiples.
El segundo desafío es generar los insumos de lo nuevo. Acá entran a tallar la necesidad de una educación centrada en el conocimiento, un Estado con músculo para desarrollar y regular sinergias público-privadas, mercados y marcas consolidados.
El tercer desafío, a veces eclipsado por el brillo de la innovación pero no menos importante, es transitar esta evolución sin dejar a nadie detrás. La destrucción creativa también es destrucción. Dejar de promover sectores insustentables no implica dejarlos a merced del mercado. La viabilidad política del desarrollo requiere la convivencia armónica de lo nuevo y lo viejo.
Acelerar el desarrollo en un mundo cambiante es como correr un tren en movimiento. Lo importante mientras corremos al lado del tren no es tanto ver dónde está la puerta ahora, sino dónde va a estar al momento de lanzarnos hacia ella. El mundo cambia, modificando el valor relativo de nuestros recursos: en baja los commodities, las manufacturas y el trabajo poco calificado; en alza, el conocimiento y la innovación, los servicios sofisticados y el diseño.
Anticipar y adaptarse a estas tendencias también es parte de la tarea del desarrollo, del esfuerzo de recuperar nuestro provenir
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