miércoles, 4 de marzo de 2015

Venezuela y sus calles de sangre

Por Ariel Torres

Fuente: Diana Fernández Irusta
Foto: Carlos Ramírez / Reuters


El martes pasado fue día de luto en San Cristóbal, la ciudad próxima a Caracas que el año pasado protagonizó lo más virulento de las protestas estudiantiles contra el gobierno de Maduro. Con la crisis económica y el descalabro político agudizados (y pese a las 43 muertes que se habían cobrado aquellas manifestaciones), la gente volvió a las calles. Pero nada bueno presagia un país cuyo Ministerio de Defensa autorizó el uso de armas de fuego para repeler las marchas callejeras. La desgarradora juventud de Kluiverth Roa profundiza el anuncio de tragedia.

Hay que tener 14 años, y muchas ganas de gritar, de marchar (¿a cuántas manifestaciones puede haber asistido alguien que apenas supera la primera década de vida?), y más deseo aún de tomar cada minuto del día de a sorbos rápidos, voraces, maravillados.
Hay que tener 14 años y empezar a leer algo más que lecciones escolares y cuentos infantiles; escuchar el rumor de algo llamado política y empezar, quizá tímidamente, a articular odios, amores y principios. Hasta que un día, entre la adrenalina y la fascinación de lo nuevo, se sale a la calle, ignorante de que ése será el último día. Que esa -¿primera? ¿segunda?- manifestación será la definitiva, la del cráneo reventado en esquirlas y horror, la cancelación de todas, absolutamente todas, las oportunidades.
Algo de ese espanto estará sintiendo el chico que en esta foto increpa a los cuerpos de seguridad venezolanos: la sangre en su torso y manos, testimonio de la que vertió, en abundancia letal, el estudiante Kluiverth Roa, 14 años de vida hasta el balazo que lo calló para siempre.
El manifestante anónimo grita, encara, gesticula. Por sobre todo, muestra la sangre que clausura toda alternativa de palabra. Y avanza solitario, pura garra y conmoción, hacia la impavidez de los hombres armados que -no lo sabemos- quizás escuchen, quizá miren hacia otro lado. Quizá titubeen entre amenazarlo o dejarlo hacer.

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