Sólo monedas como el dólar, euro, yen, libra, franco suizo, y algunas pocas más, admiten muy bajas o muy esporádicas intervenciones directas de los gobiernos, y muy bajos niveles de reservas de los bancos centrales para posibles e improbables intervenciones en los mercados.
En ese mismo
sentido, podría prescindirse totalmente de Reservas en el BCRA, y el valor del
peso contra el dólar fluctuar en forma libre, sin necesidad de que el BCRA
compre o venda dólares. La única forma indirecta de intervención, se daría a
través de subas o bajas de las tasas de interés (vía mercado de bonos, lebac,
encajes, etc).
De todas
maneras, como sabemos, el peso es un caso opuesto, con su historial nefasto,
con mega devaluaciones, incluso hiperinflaciones, y confiscaciones o
restricciones diversas (plan bonex, corralón, corralito, cepo cambiario, etc).
Es por eso que la historia de Argentina en este sentido se reduce al país que
ha experimentado más agudos episodios de retiros de depósitos bancarios,
deseosos de convertirse en dólares, convirtiendo a la moneda norteamericana en
el refugio natural de resguardo de valor para una notable cantidad de
residentes en el país.
Para
cualquier política económica se precie de ser “sustentable”, es necesario
mantener una cantidad de reservas en el BCRA tal, que pueda prevenir, o en su
defecto satisfacer, situaciones en las que la puedan generarse un traslado
significativo de depósitos del sistema hacia dólares billetes. Si no hay una
cantidad de reservas suficiente, las probabilidades de que ante situaciones
adversas se desaten corridas contra el peso, aumentan en forma exponencial. Y
en tal caso, en algún momento el BCRA termina por dejar de vender dólares,
desatando una suba violenta del dólar (sea el dólar “oficial” en un mercado
único, o el “paralelo” en un mercado desdoblado –de facto- como el que
actualmente rige en Argentina).
El mejor ratio,
a mi entender, para establecer el grado de solvencia financiera es la relación
Reservas (divisas en el BCRA al tipo de cambio oficial) sobre M3 (circulante
más depósitos), como respaldo necesario para darle sustentabilidad a la
estabilidad económica y financiera. La experiencia muestra que cuando la
economía se torna frágil o riesgosa en la percepción de los ahorristas, valores
de R/M3 del orden del 40%, que en cualquier país serían exorbitantes, en
Argentina no han alcanzado ni para prevenir ni para satisfacer la demanda de
dólares.
Si tomamos como ejemplo
septiembre de 1988, al inicio del Plan Primavera, la relación R/M3 llegó a un
pico del 40%, pero sobrevino una corrida, bajando la relación al 30% en enero
de 1989. Allí (3 de febrero) el Gobierno de Alfonsín decidió no vender más dólares
financieros (creó un tercer mercado, flotante), lo que terminó siendo el inicio
de la recordada hiperinflación de 1989.
Cuando subió el
gobierno de Menem, las expectativas se tornaron muy favorables. Las reservas
aumentaron, y luego la rápida re-monetización, hizo que el ratio R/M3, que
había llegado a valores muy altos (71% en julio de 1989), bajara
“naturalmente”, llegando a un mínimo de 37,5% en noviembre de 1989. Estos
valores no fueron suficientes para impedir una violenta fuga de depósitos, que
llevaron a que el Gobierno, el 28 de diciembre de 1989 decretara el llamado
Plan Bonex (canje de depósitos por bonos del Gobierno - Bonex).
Con el Plan
Bonex sobrevino el valor record del ratio R/M3, un insólito valor de casi 140%.
La situación durante 1990 se calmó. No obstante, en diciembre de 1990, una
nueva corrida se produjo, que un valor de R/M3 del 42% (noviembre de 1990) no
pudo evitar. Sobrevino una maxi devaluación del 100%, que antecedió al anuncio
de la Convertibilidad en marzo de 1991, y que empezó a regir en abril. Con la
Convertibilidad, crecieron Reservas y en mayor medida M3, merced a la confianza
que suscitó el Plan. Pero cuando aparecieron angustias financieras en diciembre
de 1994 (efecto tequila), valores del 37% de R/M3 no fueron capaces de evitar
fuertes corridas bancarias.
Con las
corridas, el ratio R/M3 llegó a un mínimo del 28% en mayo de 1995. La fuerte
ayuda de EEUU a México, la reelección de Menem, medidas expansivas
“extraordinarias” del BCRA, permitieron revertir la situación, pero la economía
había experimentado una fuerte recesión, y una situación bancaria límite. Por
varios años, la relación R/M3 se mantuvo por encima del 40%. En enero de 2001
había llegado al 43%. A pesar de considerarse un valor muy alto, y que la Base
Monetaria, tenía por entonces un respaldo en Reservas del 248%, no fue
suficiente para prevenir la corrida que desde marzo cobró fuerte impulso (con
recordadas marchas y contramarchas del gobierno, aborto del llamado Blindaje,
renuncias de Machinea y luego de Lopez Murphy, etc).
Las corridas,
aún con ayudas de dólares de parte del FMI, finalmente desembocaron en el
llamado “corralito” (1/12/2001), y más tarde en el default de la deuda pública,
la pesificación de depósitos, y un canje de depósitos por bonos (el llamado
“corralón”), al comenzar el año 2002.
Con semejantes
antecedentes, luce tremendamente desacertado, que el gobierno haya dejado que
la relación R/M3, que había llegado a un máximo del 75% en marzo de 2009, se
sitúe ahora en valores del 26% (promedio setiembre de 2014), muy cerca de
mínimos históricos, y muy lejos de valores mínimamente razonables.
Se llegó a eso
por un mix de decisiones gubernamentales, como ser: emitir crecientemente
dinero no contra reservas sino para financiar al Tesoro Nacional, devaluar el
dólar oficial muy por debajo de la inflación durante mucho tiempo, pagar deuda
pública con stock de reservas.
El resultado de
estas políticas, ha dejado al BCRA en una posición de reservas sumamente bajas,
y al Estado en una suerte de “insolvencia financiera”, o en otras palabras, con
notoria incapacidad para generar políticas financieramente “sustentables”.
Si por ejemplo
al gobierno (éste pero también el próximo), decidiera levantar el cepo
cambiario, la situación es tan frágil financieramente (ratio R/M3 sumamente
bajo), que cualquier contratiempo, podría llevar rápidamente a fuertes corridas
bancarias, y a los resultados traumáticos que justamente definen la insolvencia
financiera: maxi devaluaciones, y/o restricciones al uso de pesos, en efectivo
o en depósitos (cepos, plan bonex, corralito, corralón, etc).
Esta es una muy
pesada herencia que el gobierno actual le habrá de dejar al próximo.
El próximo
gobierno deberá pensar muy bien como hace para levantar el actual cepo
cambiario, medida que es necesaria realizar lo más rápidamente posible (para
promover una suerte de “shock de confianza” tan necesario hoy en Argentina).
Los valores en juego para poder establecer y recorrer un sendero de
solvencia financiera, con valores de R/M3 que puedan vislumbrarse como
“suficientes” como para evitar el riesgo de episodios traumáticos (seguramente
este valor tiene que vislumbrarse supere el 50% en no mucho tiempo), son muy
exigentes. En otras palabras, se requerirán altas dosis de nuevas reservas
disponibles en el BCRA para evitar fuertes devaluaciones, o justamente, se
requerirán fuertes devaluaciones (con todos los traumas que esto implica) para
restablecer valores de R/M3 sustentables.
Si bien un
cambio de gobierno puede generar una credibilidad inicial muy grande, sería
sumamente riesgoso que el gobierno nuevo apueste a que ello sea per se
suficientes. Las experiencias de Menem con el fallido plan BB (que no evitó el
Plan Bonex ni un segundo brote de hiperinflación), y de Cavallo (apostando a
que su credibilidad personal serían suficientes para en 2001 revertir la
descomposición de la Convertibilidad), deberían prevenir a los candidatos a
suceder a CFK, a fin de que piensen en articular las medidas necesarias para un
muy rápido levantamiento del cepo cambiario, que no debe ser traumático, ni
tampoco frágil.
Equivocarse por
minimizar la cuestión, sería un error que podría costar muy caro al país, y al
nuevo gobierno también. De allí que las posibilidades de que sea CFK quién
levante el cepo son muy, pero muy cercanas al 0 %.
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