Por Ariel Torres
Por supuesto que no voy a
descubrir nada si digo que los fondos buitres están de moda. Es el tema
principal de numerosos medios de comunicación de América Latina y del mundo
occidental, sobre todo. Comenzando, claro está, con nuestra presidenta, CFK,
que no habla sino de la perversidad de ellos. Desde ambientes académicos,
políticos y diplomáticos se reclaman regulaciones más exigentes de los mercados
financieros en relación con los fondos buitres, a fin de que no pongan en
riesgo los acuerdos de refinanciamiento de deuda pública y no precipiten la
cesación de pagos o default de las
obligaciones externas de variados estados soberanos.
Los bien
llamados Holdouts se dedican a especular y litigar con los títulos de deuda
pública de los países en serios aprietos económicos, y hoy son vistos como una
calamidad internacional. De eso no hay duda y soy un defensor de la idea de que
no deberían existir, al menos sin una regulación menos laxa. Pero de lo que también
quiero hablar, porque toda historia tiene dos caras, es de ese otro tipo de
buitre, no ya específicamente financiero o bursátil sino de carácter estatal:
los gobiernos buitres, o aquellos que se dedican a depredar los recursos
públicos y privados de sus países, y muchas veces en nombre de la justicia o la
igualdad o la soberanía.
Así
como los fondos buitres nos han caído encima, no es muy diferente al aterrizaje
de nuestros propios gobiernos, el de los Kirchner, entre otros. En todas las
redacciones de los servicios de noticias –especialmente los americanos- es un
hecho notorio, público y comunicacional el enriquecimiento de la camarilla que
gobierna a este gran país nuestro. En la Casa Rosada funciona un gobierno
buitre, aunque una parte importante de los argentinos no lo vea así o no le
importe.
En mis
últimos dos años estuve prestando servicio a una gran empresa venezolana,
Pdvsa, asentado en ese país, al que quiero mucho en verdad. ¿Y qué decir,
entonces, de Venezuela? Es un hecho que ese bendito país, también, ha venido
padeciendo un régimen buitre que, en tres lustros, ha recibido y despachado el
equivalente de mil quinientos millardos de dólares en ingresos públicos, sin
que esos caudales se hayan transformado en desarrollo sustentable y, por el
contrario, más bien se hallan en gran medida despilfarrado en demagogias
delirantes y en latrocinios siderales. Los números asustan: una estafa
cambiaria de 25 mil millones de dólares en un solo año fiscal, el 2012, tal y
como lo denunció la entonces presidenta del Banco Central de Venezuela, puede
llegar a ser el hecho de corrupción de mayores dimensiones en la historia de la
corrupción del planeta.
Me
detengo en el caso venezolano un momento, porque lo conozco en profundidad, y la
referida estafa cambiaria del 2012 es una mera pieza en el aparatoso engranaje
de la depredación roja. Ellos han tenido 15 años de depredación sostenida sólo
por pequeños y puntuales logros, insignificantes cuando se analizan los guarismos
de desarrollo. Casi como nuestros últimos 12 años. El gobierno argentino tomó dinero
ajeno, lo despilfarró y se lo robó. A la hora de pagar no había como, el país
entró en quiebra, los acreedores -en su mayoría- prefirieron salvar algo antes
que perderlo todo y aceptaron recibir menos de lo que se les debía. Una pequeña
porción de esos acreedores no aceptó, prefirió usar los medios institucionales,
la justicia, y demandó en tribunales, litigaron por diez años y ganaron. Sin
embargo, nos negamos a pagar, no acatamos la sentencia, diciendo que es "extorsión".
Si esto no configura la condición de gobierno buitre, nada lo
podría hacer. Por lo tanto, cuando se denuncie o se reclame el proceder de los
fondos buitres, no se debe ignorar el reclamo o la denuncia de los gobiernos
buitres. Se parecen mucho en la teoría y en la práctica.
Y hacen mucho daño, mientras sus detentadores se hacen
billonarios. Porque si bien los fondos operan, al fin y al cabo, dentro de un
entramado legal de carácter global que no pueden manejar a su antojo, los
gobiernos buitres se proclaman soberanos para hacer y deshacer al interior de
sus respectivos territorios. Y mientras los primeros son justamente condenados,
los segundos se las arreglan para ser injustamente defendidos.
Si se salen con la suya, los gobiernos buitres corroen el
potencial de los países que dominan. Porque después de todo, los buitres viven
de la carroña.
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