Hace unos años, una persona en común que tengo con el viejo
guerrero Antonio Cafiero me contó una anécdota sobre la presidenta: a fines de
los noventa, Antonio compartía el senado con Cristina, y el senador andaba
juntando firmas de legisladores de su partido para apuntalar la iniciativa de
montarle un monumento a Perón. Cuando se lo pidió a la senadora, cuenta que
ésta le contestó muy enojada que ni siquiera pensara en ella para esa idea; “yo para ese viejo de
mierda no pongo mi firma", dice que le respondió la representante por
Santa Cruz, cerrándole la puerta en la cara.
Es la misma idea que el último martes reflotó CFK, con toda
naturalidad, cuando encabezó un homenaje en la Casa Rosada al cumplirse 40 años
del fallecimiento del General.
Tamaño comportamiento revela al menos dos cosas: la primera y
más obvia es la relación pendular que, a lo largo de su vida, Cristina tuvo
hacia el fundador político de su movimiento. Históricamente, la Presidenta
siempre se proclamó más Evitista que Peronista: de hecho, es la figura de
Evita, y no la de Perón, la que aparece a sus espaldas cuando hace anuncios.
Más aún, hace apenas unos meses que, desde que es presidenta, empezó a
definirse públicamente a sí misma como "peronista".
La lectura que hago -ya es vox pópuli- es que inmediatamente
después de aquel increíble 54%, CFK pensó que podía gobernar sola, nomás
acompañada de La Cámpora, Horacio Verbitsky y ese basurero de ideas llamado Carta
Abierta. Pero a medida que ese capital político se le escurría de las manos, decidió
hacer un equilibrio recostándose de nuevo en el PJ, y dejando al desnudo su
ambivalencia, admitiendo por ejemplo que en las elecciones del 73 no había
votado al Frejuli (Frente Justicialista de Liberación, que sería lo que hoy es
el PJ), sino la boleta de Jorge Abelardo Ramos, que también apoyaba a Perón,
pero por izquierda.En sus ya numerosos arranques de humor ácido, le manifestó a su entorno que tal
manifestación pública le iba a costar la excomunión del PJ y la tarjeta roja
del Consejo Nacional.
La anécdota con Cafiero revela también los múltiples usos que la
mandataria hizo de Perón y del peronismo, de acuerdo con su propia conveniencia,
estrategia que volvió a reflotar en el acto-homenaje de la última semana,
cuando adrede, se refugia en la figura de Perón para defender, sin nombrarlo,
al procesado vicepresidente Amado Boudou.
Con fingida indignación, vociferó que al General lo habían acusado de tener
cuentas en Suiza y hasta de estupro, mientras presentaba una maqueta con dos
nuevos murales, uno para Perón y otro para Hipólito Yrigoyen. Mezclando
mentiras y verdades, y a cuatro días del procesamiento por cohecho de su vice,
CFK enhebró, en un mismo golpe discursivo, a los medios, la Justicia y la
oposición.
Atacando así a los procesos populares, desacreditándolos por
corruptos, el razonamiento presidencial se asemeja a un argumento que suele
utilizar Ricardo Forster, flamante secretario para la Coordinación Estratégica
del Pensamiento Nacional. Una interpretación que tal vez sea cierta en el caso
de Perón, a quien efectivamente -al menos hasta donde hoy se sabe- no se le
encontraron cuentas en Suiza.
Algo que de ningún modo se aplica al caso de Boudou, muy por el
contrario, ya que para el juez federal Ariel Lijo –en el caso Ciccone- no hay
dudas y es por eso que lo procesó: Boudou habría recibido coimas, mientras que
intentó apropiarse de una fábrica de hacer billetes usufructuando su lugar en
el poder.
En pocas palabras, el vicepresidente habría usado influencias
políticas para hacer negocios personales, un modus operandi que cristaliza una
forma de hacer política, inaugurada en los años noventa y continuada,
prácticamente sin cambios de fondo, aunque sí de protagonistas, durante el
gobierno actual.
CFK equipara así, momentos incomparables de la historia
sabiendo, como sabe, que en los años cincuenta, durante el primer peronismo, la
asociación entre política y negocios no formaba parte del corazón del
"modelo", como claramente sucede hoy. Ella conoce la diferencia entre
Boudou y Perón porque, además, en privado no duda de la culpabilidad de aquel,
aunque haya decidido seguir sosteniéndolo. Son dos cosas distintas.
La duda que me planteo es, entonces, ¿habrá querido realmente
homenajear a Perón o los viejos resentimientos hacia aquel padre político
conflictivo la asaltaron de nuevo?
No quieran saber, no le pregunten a nadie como debe sentirse –desde
un hipotético más allá- el viejo general ante la comparación con un frívolo playboy del subdesarrollo, salido de las
filas de Alsogaray, que es cualquier cosa menos peronista: está claro que, con
esos defensores, la vieja costumbre de buscar enemigos afuera corre el riesgo
de caer en desuso.
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