lunes, 7 de julio de 2014

El peronismo siempre le quedó grande a CFK

Por Ariel Torres


Hace unos años, una persona en común que tengo con el viejo guerrero Antonio Cafiero me contó una anécdota sobre la presidenta: a fines de los noventa, Antonio compartía el senado con Cristina, y el senador andaba juntando firmas de legisladores de su partido para apuntalar la iniciativa de montarle un monumento a Perón. Cuando se lo pidió a la senadora, cuenta que ésta le contestó muy enojada que ni siquiera pensara en ella para esa idea; “yo para ese viejo de mierda no pongo mi firma", dice que le respondió la representante por Santa Cruz, cerrándole la puerta en la cara.
Es la misma idea que el último martes reflotó CFK, con toda naturalidad, cuando encabezó un homenaje en la Casa Rosada al cumplirse 40 años del fallecimiento del General.
Tamaño comportamiento revela al menos dos cosas: la primera y más obvia es la relación pendular que, a lo largo de su vida, Cristina tuvo hacia el fundador político de su movimiento. Históricamente, la Presidenta siempre se proclamó más Evitista que Peronista: de hecho, es la figura de Evita, y no la de Perón, la que aparece a sus espaldas cuando hace anuncios. Más aún, hace apenas unos meses que, desde que es presidenta, empezó a definirse públicamente a sí misma como "peronista".
La lectura que hago -ya es vox pópuli- es que inmediatamente después de aquel increíble 54%, CFK pensó que podía gobernar sola, nomás acompañada de La Cámpora, Horacio Verbitsky y ese basurero de ideas llamado Carta Abierta. Pero a medida que ese capital político se le escurría de las manos, decidió hacer un equilibrio recostándose de nuevo en el PJ, y dejando al desnudo su ambivalencia, admitiendo por ejemplo que en las elecciones del 73 no había votado al Frejuli (Frente Justicialista de Liberación, que sería lo que hoy es el PJ), sino la boleta de Jorge Abelardo Ramos, que también apoyaba a Perón, pero por izquierda.En sus ya numerosos arranques de humor ácido,  le manifestó a su entorno que tal manifestación pública le iba a costar la excomunión del PJ y la tarjeta roja del Consejo Nacional.

La anécdota con Cafiero revela también los múltiples usos que la mandataria hizo de Perón y del peronismo, de acuerdo con su propia conveniencia, estrategia que volvió a reflotar en el acto-homenaje de la última semana, cuando adrede, se refugia en la figura de Perón para defender, sin nombrarlo, al procesado vicepresidente Amado Boudou.
Con fingida indignación, vociferó  que al General lo habían acusado de tener cuentas en Suiza y hasta de estupro, mientras presentaba una maqueta con dos nuevos murales, uno para Perón y otro para Hipólito Yrigoyen. Mezclando mentiras y verdades, y a cuatro días del procesamiento por cohecho de su vice, CFK enhebró, en un mismo golpe discursivo, a los medios, la Justicia y la oposición.
Atacando así a los procesos populares, desacreditándolos por corruptos, el razonamiento presidencial se asemeja a un argumento que suele utilizar Ricardo Forster, flamante secretario para la Coordinación Estratégica del Pensamiento Nacional. Una interpretación que tal vez sea cierta en el caso de Perón, a quien efectivamente -al menos hasta donde hoy se sabe- no se le encontraron cuentas en Suiza.
Algo que de ningún modo se aplica al caso de Boudou, muy por el contrario, ya que para el juez federal Ariel Lijo –en el caso Ciccone- no hay dudas y es por eso que lo procesó: Boudou habría recibido coimas, mientras que intentó apropiarse de una fábrica de hacer billetes usufructuando su lugar en el poder.
En pocas palabras, el vicepresidente habría usado influencias políticas para hacer negocios personales, un modus operandi que cristaliza una forma de hacer política, inaugurada en los años noventa y continuada, prácticamente sin cambios de fondo, aunque sí de protagonistas, durante el gobierno actual.

CFK equipara así, momentos incomparables de la historia sabiendo, como sabe, que en los años cincuenta, durante el primer peronismo, la asociación entre política y negocios no formaba parte del corazón del "modelo", como claramente sucede hoy. Ella conoce la diferencia entre Boudou y Perón porque, además, en privado no duda de la culpabilidad de aquel, aunque haya decidido seguir sosteniéndolo. Son dos cosas distintas.
La duda que me planteo es, entonces, ¿habrá querido realmente homenajear a Perón o los viejos resentimientos hacia aquel padre político conflictivo la asaltaron de nuevo?
No quieran saber, no le pregunten a nadie como debe sentirse –desde un hipotético más allá- el viejo general ante la comparación con un frívolo playboy del subdesarrollo, salido de las filas de Alsogaray, que es cualquier cosa menos peronista: está claro que, con esos defensores, la vieja costumbre de buscar enemigos afuera corre el riesgo de caer en desuso.


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