No son datos que vaya a
incluir en su hoja de vida, pero vale decir que en su primer año de
pontificado, el Papa Francisco acumuló títulos de los más variados.
Fue elegido el hombre del año
por la revista Time, y curiosamente también por The Advocate, la publicación de
la comunidad homosexual estadounidense. Fue tapa de The New Yorker y de la Rolling Stone. En Italia, lo
eligieron el tuitero del año, pero sin dudas el galardón menos pensado para
alguien de su investidura fue ser elegido por la revista Esquire como el hombre
mejor vestido de 2013.
Increíble pensar que sus
antiguos zapatos negros lo llevaran tan lejos. No es sencillo elegir un hecho o
una decisión a lo largo de este –su primer año- como lo más significativo de su
pontificado. Prácticamente no ha habido semana en la que alguna declaración,
algún gesto o una llamada no lo hayan colocado nuevamente en la tapa de los
diarios del planeta.
Soy de los que creen que las
pequeñas decisiones cotidianas son las que mayor impacto tienen. Por eso,
quisiera quedarme con la decisión del caminante Jorge Bergoglio, de usar sus
gastados y tantas veces lustrados zapatos, el día en que los ojos del mundo lo
veían convertirse en Francisco. Unos días antes de que viajara a Roma para participar
del Cónclave, sus colaboradores de la Catedral porteña lo advirtieron: “no puede viajar
con esos zapatos, eminencia”, coincidiendo todos con el mismo consejo. Fueron
más lejos; hicieron una colecta y le compraron unos nuevos. Bergoglio los
guardó en la valija, pero se calzó sus viejos compañeros de ruta, aquellos que
lo llevaron a recorrer las villas de la ciudad, a esquivar pozos por las
veredas porteñas, a subir y bajar del subte.
Estoy muy convencido de que
ese calzado tiene mucho que ver con la forma en que Francisco se para y
entiende el mundo. Son su bagaje, su conexión. Representa su capacidad de
ponerse en el lugar del otro. Y sospecho que son los que usa cuando –como se
dice en los pasillos de la Santa Sede-
sale de incógnito a la medianoche de Roma para visitar a los más pobres.
Me gusta pensar que el hombre
mejor vestido del planeta usa los viejos zapatos con los que andaba por las
mismas veredas que hoy camino yo.
Zapatos que ya –a esta tan
temprana altura- son muy difíciles de llenar.
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