lunes, 10 de marzo de 2014

El Papa Jesuita; Bergoglio peronista

Por Ariel Torres


Por estos días de tensión internacional, tengo la semiplena seguridad de que el Papa es actualmente el único jefe de Estado cuya conducción no está cuestionada. En esta actualidad cada vez más multipolar y sin liderazgos claros, quien hasta hace un año era conocido como Jorge Bergoglio es hoy el líder internacional con mayor aprobación social y política en todo el mundo. Un verdadero y ya reconocido Estadista.
Detrás de su figura se encolumnan dos escuelas fenomenales de liderazgo: la orden jesuita que lo vio crecer como pastor y el peronismo, el movimiento político que desde 1945 funciona como termómetro del poder en su país de origen.
Ser Jefe de Estado hoy significa un grave dolor de cabeza. La velocidad con que circulan las noticias y la amplificación que de los hechos hacen las redes sociales pueden encumbrar a cualquiera en un segundo tanto como denostar al más valioso, también en un segundo. Obama, lo sabemos, no está desgastado sólo por Twitter. El prematuro Nobel de la Paz con que lo premiaron en Oslo no se condice con el hombre que estuvo a punto de ordenar la acción militar en Siria. Acción que fue evitada por otro de los grandes líderes cuyos pies se desplazan hoy en arenas movedizas, el ruso Vladimir Putin. Las contradicciones sobre Putin son tan conocidas como las de Obama: luego de evitar la guerra en Siria, sus fuerzas militares están al borde de la invasión de Ucrania.
Es tal el apoyo popular al Papa en Estados Unidos que el propio Obama lo nombra cuando discute política. Putin -observante ortodoxo- viajó al Vaticano en plena crisis por Siria. A casi un año de su investidura, un sondeo de la CNN mostró que el 88% de los católicos estadounidenses aprobaba la gestión del pontífice: el sueño de cualquier líder.

Considero que el éxito de Bergoglio como líder es que sabe poner en práctica los principios de la orden jesuita, tales como el autoconocimiento (para conocer las propias virtudes y debilidades), la innovación (para adecuarse a los cambios), el heroísmo y el amor al prójimo. Casi en las antípodas de la figura erudita y desconfiada de su antecesor Benedicto XVI, Francisco nutre diariamente su fama de abuelo bonachón y callejero. El Papa sabe que su palabra será escuchada por 1200 millones de seguidores en todo el mundo. Menudo conocimiento para administrar ese. Y sabe también que un verdadero líder es mucho más que una persona que les dice a los demás qué tienen que hacer. Cualquier libro de liderazgo señala que alinear a la gente es motivar, inspirar, producir cambios. No deja de ser interesante que para la revista Forbes, el papa Francisco genera todos los días lecciones de liderazgo con "inusual gracia y determinación de acero"(…).
Puede parecer obvio, pero en cualquier organización, lo primero que quieren saber los seguidores de su líder es hacia dónde se dirige. En este sentido, Francisco trabaja las palabras y los símbolos en una misma dirección. Su natural coherencia lo llevan a tener más poder que el mismo presidente de Estados Unidos. No hay legisladores ni Corte Suprema que puedan contradecirlo. La ropa sencilla, los cambios en el protocolo y el tono de su voz son mucho más que cosas superficiales. Francisco introdujo un cambio de paradigma del liderazgo.
Para muestra basta un botón: heredero de una Iglesia y un Estado sumidos en el mayor de los descréditos, entre la corrupción, las denuncias por pedofilia y las filtraciones de los llamados Vatileaks, el Papa no perdió ni un momento en marcar sus objetivos. Hace de su presencia un sello. Como el de Asís, Francisco se propuso reconstruir la Iglesia, proteger a los pobres y promover valores como la humildad.
Como estudioso y testigo de la política de mi país, tengo que reconocer que si un líder sabe cuándo cambiar de dirección, un líder peronista lo sabe más que nadie. Luego de pelear incansablemente en contra de la despenalización del aborto y el matrimonio igualitario en sus tiempos de arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio es el primer pontífice que hace un reconocimiento que transmite cierta humanidad al declarar: "¿Si alguien es gay, quién soy yo para condenarlo?"

Esas aptitudes conciliadoras dieron vuelta al planeta, a la hora de recibir a CFK, en un verdadero duelo de cinturas peronistas. Luego de años de enfrentamientos en alta voz, la noticia de Bergoglio Papa no fue trago bastante amargo para la mandataria y en su primer discurso luego del anuncio, se hizo indisimulable ese fastidio. Sin embargo, días después la Presidenta y toda figura pública cercana al Gobierno se convirtieron al francisquismo. El Papa le hizo honor a tamaña reescritura del relato y se mostró adorable y condescendiente al recibir de regalo un mate y las debidas instrucciones para cebarlo por parte de Cristina. También resistió, meses después –estoico- la forzada foto con la Presidenta y su entonces candidato Martín Insaurralde, en Río de Janeiro.
Alguien dijo una vez –y lo creo firmemente- que no hablar no es necesariamente consentir, y hay un viejo proverbio jesuita que reza: “un hombre sabio no necesita mentir porque ya ha tomado todos los recaudos para que no sea necesario decir toda la verdad”.
Francisco está haciendo historia conforme respira. Y actúa en consecuencia.


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