martes, 28 de enero de 2014

Devaluación: Nuestra espada de Damocles

Por Ariel Torres
Después de casi cinco días de instalado el escenario devaluatorio, los mercados se están animando poco a poco a dar a conocer su propia interpretación sobre la devaluación de la semana pasada. Las tasas pagadas por los bancos a sus depositantes treparon hasta cerca de 25% anual. Los bonos en dólares cayeron, y esto pasa cuando aumenta la percepción del riesgo de default de la Argentina; es decir cuando los tenedores presienten que no van a ser honrados. El tipo de cambio paralelo volvió a estar bajo presión y -al igual que el viernes- el Banco Central tuvo que salir a vender más de U$S 100 millones para defender el mayorista en un nivel cercano a los $ 8. El tipo de cambio de "fuga mayorista", el llamado contado con liquidación, se operó cerca de $ 11.

La incertidumbre generada por la devaluación del peso ha provocado que por ejemplo el Central abandonara la criticada política de mini devaluaciones, que depreciaba el tipo de cambio de a diez centavos de peso por semana, y que era incapaz por sí sola  de detener la caída de las reservas internacionales. En otro orden, no está claro aún si el nuevo esquema será capaz de revertir esa sangría, si la mantendrá o si la acelerará. El hecho de que el Central haya debido seguir vendiendo más de US$ 100 millones por día luego de la devaluación nos muestra que la batalla de las reservas está muy lejos de ser siquiera contenida, no ya ganada..
Analizándolo desde el lado de la competitividad, los últimos movimientos colocan el tipo de cambio real en un nivel 20% más depreciado que el vigente en 2013 y casi igual al de fines de 2010. El punto es que para que la devaluación sea virtuosa, el salto cambiario debe ganarle a la inflación y ser creíble; para así reducir las expectativas de depreciación de aquí en adelante. Sin ello, los exportadores seguirán esperando para liquidar, los importadores continuarán presionando y las reservas continuarán cayendo.
Por eso es que la credibilidad es crucial, ya que el Central ha roto el contrato gradualista que regía entre el Gobierno y los tenedores de pesos desde 2003.

No será fácil convencer al mercado de que el salto cambiario fue "por única vez", porque para eso, el BCRA debería poder mostrar un esquema monetario sostenible. Esto implicaría aumentar la información acerca de cuál será la emisión y hasta dónde tolerará la inflación. Las llamadas, temidas y odiadas por el gobierno “metas de inflación”. Toda esa comunicación será imposible si en febrero, al anunciarse el nuevo IPC nacional de enero, se comprueba que este índice subestima la inflación. De todas maneras, con eso no alcanza. Lo de comunicar bien y no mentir, digo, porque si la política fiscal no es más restrictiva y no se limita la transferencia de dinero del Central al Tesoro, la presión cambiaria y la inflación se devorarán el salto cambiario. Literalmente.
No hay forma más simple de explicar esto, pero lo intentaré: el impacto de una tasa de depreciación más elevada sobre las cuentas fiscales depende –por sobre todas las cosas- de la tasa de inflación que esa depreciación genere y de la capacidad del Gobierno de reprimir el gasto público en un contexto de aceleración inflacionaria. Si bien existe un primer impacto positivo de la devaluación sobre los ingresos fiscales a través del aumento en la recaudación de los impuestos al comercio exterior, éste es equivalente al aumento en las erogaciones en subsidios a la energía que la misma devaluación trae aparejada.
La ganancia por retenciones y la pérdida por subsidios se neutralizan.
Para arreglar la cuestión fiscal hay que hacer los mismos deberes que antes de la devaluación: en criollo, subir el precio de la energía, pero ahora en un contexto de recesión y de caída del salario real, es verdaderamente difícil.
La única manera de recuperar la credibilidad es de la mano de una mejora en la situación fiscal, y haciendo que la tasa de interés en pesos juegue para el equipo de los tenedores de pesos, para que al menos se le pague el riesgo. El Banco Central ha decidido elevar la tasa a la que capta fondos hasta el 25,5%, es decir, un aumento en la tasa de casi 6 puntos porcentuales respecto de los niveles de la semana anterior y casi 10 puntos por encima de los que regían al 20 de noviembre de 2013, cuando asumió Juan Carlos Fábrega. Estoy hablando de hace apenas dos meses.
Para que el ancla del programa sea la tasa de interés, ésta deberá por lo menos superar las expectativas de depreciación del peso y/o a la tasa de inflación. Es un pronóstico temerario e imposible, puesto que esas expectativas a principio de año rondaban el 40%. De ahí que la situación del Gobierno haya quedado tan comprometida, porque para tener éxito necesita hacer un trabajo de ajuste fiscal basado en la suba de tarifas a la energía y en la contención salarial en el sector público. Haber devaluado el peso justo al inicio de las discusiones salariales no le facilitará esa tarea, especialmente si se confirma una inflación para enero superior a 5% y una para febrero que puede ser aún ser más alta.
Al estar entre dos fuego, entre los sindicatos y el reinicio del ataque sobre el peso y las reservas, las opciones del Gobierno no son las más edificantes: para bajar el déficit y la emisión de pesos deben licuar los salarios y el gasto público. Y si no lo hacen, el peso y las reservas volverán a estar bajo ataque.
El Banco Central es el protagonista de los días por venir, no hay dudas al respecto. Necesita retirar pesos del mercado, no asustarse con la suba de tasas e intervenir con inteligencia y aplomo, para mostrar que -además de Kicillof- hay alguien más en la cancha. Para adelante, la suerte del "programa económico" vendrá dada por la capacidad del Gobierno de acordar paritarias en niveles razonables, de contener el gasto en general y de lograr algo de financiamiento externo. En definitiva, de que, sumada a una mejora en el proceder del Banco Central, la transferencia de pesos desde este organismo al Tesoro se mantenga en niveles que no impliquen una suba significativa respecto de los niveles de 2013.

De lo contrario, el escenario de espiralización inflacionaria y de ataque sobre el peso seguirá con más prisa que pausa.

lunes, 27 de enero de 2014

Los delirios de Kicillof y su papel en la historia

Por Ariel Torres


Nada descubro si digo que el poder es efímero. En algún punto, un día Axel Kicillof se va a dar cuenta del papel triste que le tocó jugar en esta etapa de la historia argentina. El post adolescente Ministro de Economía del país Ha sido el encargado de devaluar el peso, de acelerar la inflación y va a terminar deteriorando el salario de los trabajadores de una manera épica. El círculo infernal de los ‘rodrigazos’ ya hace sentir su turbulencia que bien conocemos en esta tierra. El lugar dónde lo ha puesto CFK y su soberbia, sumado a una proverbial falta de calle, no le permiten advertir la perversión de la maniobra. 
Si bien es un hombre grande y deberá hacerse cargo de las consecuencias, el verdadero problema es que el impacto de los errores, la ineficacia y las contradicciones del Gobierno y su equipo económico van a afectar a los más pobres. Los desamparados no compran dólares ni ganan lo suficiente para hacer grandes inversiones inmobiliarias. Pero la ausencia de los precios de referencia, esa excusa argentina que pone en marcha la recesión, apareció el viernes para frenar la concreción de miles de operaciones de compra y venta. Las concesionarias no querían vender automóviles. Los retailers no querían vender electrodomésticos. Los acopiadores no querían vender cereales y los verduleros no querían vender zanahorias. 
Esa es la economía real que parece desconocer Kicillof. La que funciona por debajo de los bonos dollar linked o de las compras de dólares que hace la petrolera Shell con aval del BCRA, para pagar dividendos. La entrevista del diario Página 12, pronta a convertirse en una pieza de colección, sirvió para que Kicillof teorizara sobre la ‘presión cultural‘ que a su juicio tienen los argentinos por el dólar. Como si los ciudadanos de este país caótico los compraran para olerlos o para sentirse más cerca del american way of life. Tipito imprudente si los hay. 
Pruebe usted quedándose con los pesos en la mano cuánto hubiera perdido sólo desde que es ministro.
Pensar es importante, pero preguntar lo es aún más, porque permite ubicar los pensamientos en el contexto. Difícilmente alguien de la edad de Axel pueda comprender el significado de la presión cultural por el dólar. La vehemencia con la que pronuncia sus discursos le resta energía para comprender su situación. La de un funcionario sin sospechas de corrupción que debe ponerle el cuerpo a la decadencia de un modelo político y económico debilitado por el agotamiento de sus convicciones.
Resulta prácticamente imposible que un gobierno recupere la credibilidad o le gane la batalla a la incertidumbre si hace un anuncio el viernes a la mañana, lo corrige a la tarde y vuelve a contradecirlo el domingo en un reportaje con periodistas. Esa imagen, con Kicillof dedicándole el tiempo valioso de la televisión pública a su visión personal de las conspiraciones económicas en la historia argentina y escamoteando las definiciones precisas que hubieran aclarado las dudas de tanta gente preocupada por lo que pueda suceder hoy, era una fotografía repetida del país que insiste en estrellarse contra la realidad. 
Es bíblicamente necesario, y saludable, que el ministro despierte ya de su fantasía científica y entienda que es el destino de sus compatriotas lo que está dramáticamente en juego.

lunes, 20 de enero de 2014

Juan Gelman: ni muy muy, ni tan tan...

Por Ariel Torres

Tengo unos amigos K -varios- y algunos ultraK -pocos- que se me han enojado bastante por opinión acerca de la falta de autocrítica de Juan Gelman, el "poeta-mártir", respecto de su participación en la lucha armada desde fines de los 60 hasta 1979, cuando rompió con la cúpula de Montoneros. Gelman se ha pasado las últimas tres décadas reclamando verdad y justicia sobre los crímenes de la dictadura sin mencionar las muertes, los heridos, los secuestros, los robos y las bombas de las guerrillas.
Me dicen al respecto que pretendo instalar  un debate sobre la llamada "teoría de los dos demonios", que iguala los crímenes de la dictadura con los crímenes de las guerrillas. Nada más lejos de mi realidad. Eso fue un fantasma político inventado para explicar en los 80 la adopción de determinadas políticas, como el juzgamiento tanto de las cúpulas militares como de las cúpulas guerrilleras. No estoy equiparando nada, puesto que los delitos cometidos y realizados desde el aparato del Estado son mucho peores. Además, esa teoría pasa por alto la responsabilidad de buena parte de la sociedad, que avaló en los 70 la resolución de conflictos políticos a través de la violencia, de izquierda y de derecha.
Pero tampoco voy a avalar la barbaridad kirchnerista de un solo demonio, esa que dice que los represores que actuaron desde el Estado deben ser juzgados, pero los guerrilleros, en cambio, a lo sumo cometieron errores, pero forzados por los ideales que los guiaban y que ahora los redimen de cualquier culpa o responsabilidad. Patrañas pseudoideológicas.
Ni demonios, ni ángeles.
Así como no hubo ángeles en las guerrillas, sino personas convencidas de que la lucha armada era el camino ineludible para tomar el aparato estatal y concretar desde allí la revolución socialista, la teoría de ángeles y demonios les sirve al kirchnerismo duro y a las organizaciones de derechos humanos. La razón es simple: para que los ex guerrilleros eludan los eventuales juicios por los delitos cometidos en ese tiempo, y reivindicar en forma más o menos sutil la lucha armada y a los ex combatientes.
De esta manera, los que se postulan como representantes, delegados o herederos de aquellos revolucionarios se apoyan astutamente en ese artificio para reclamar puestos en el aparato estatal, subsidios y demás prevendas del poder. Incluso, hace poco Cabandié exigió una suerte de carta blanca para no cumplir con las reglas de tránsito. Se deduce, de hecho entonces, que cuando se pretende criticar la decisión de matar a otros por cuestiones políticas la mejor defensa que encuentran es un ataque bastante pobre: "vos creés en la teoría de los dos demonios", o "le hacés el caldo gordo a la derecha", pasando por el ineludible "bancás a los milicos".
A esta altura, se deduce que Gelman no hizo autocrítica sobre su militancia en Montoneros -donde llegó a "teniente" y a integrar el Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero- porque pensaba que no tenía nada que criticarse. Lo mismo sostienen ahora quienes exhuman la teoría de los dos demonios. Si fuera por ellos, nadie debería recordar los atentados de las guerrillas o los fusilamientos de militantes sospechados de traición y delación, como el caso de Fernando Haymal, el joven de 26 años muerto de dos tiros y arrastrado por las calles de la ciudad de Córdoba el martes 2 de septiembre de 1975.
Ni muy muy, ni tan tan. Mi posición es que debe llegarse siempre lo más cerca posible de la verdad, tanto en el presente como en el pasado. Y que no debe distraerse con ese tipo de teorías, que son herramientas pseudopolíticas pensadas para avalar o respaldar determinadas decisiones de poder.
Al final sólo se trata de informar a la gente, sobre todo acerca de lo que el poder de turno no quiere. Como dijo el ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva en 2003, al cumplir su primer año de gobierno: "Noticia es aquello que nosotros no queremos que sea publicado; el resto es publicidad".
Digo.