Allá
por 1998, mi
segundo viaje a Venezuela coincidió con la campaña presidencial y tuve la
suerte de asistir –simplemente porque era en el mismo hotel donde yo estaba- a
una conferencia de prensa de Hugo Chávez, en la que un periodista de CNN le
preguntó directamente si él era comunista. Recuerdo claramente lo cínico de la
respuesta:“Yo soy humanista”, dijo, repitiendo lo que 39 años antes había dicho
el mismísimo Fidel Castro en Princeton. Un tiempo después, luego de lograr la
consolidación del poder absoluto en sus propias manos, el mismo Chávez confesó
públicamente que se consideraba a sí mismo “un marxista-leninista convencido”.
En 14
años de poder, Chávez llevó adelante una estrategia para introducir el
socialismo en Venezuela por etapas. Así las cosas, la primera etapa consistió
en obtener el control absoluto de todas las instituciones del Estado, por lo
que durante los primero cuatro años sus esfuerzos se centraron en cambiar la Constitución para
adaptarla a sus planes, controlar el Tribunal Supremo, anexar comisarios
políticos a las unidades del ejército, bien al estilo soviético, y cambiar los
sistemas de cedulación y de votación con el fin de asegurar su reelección en
elecciones futuras a través de la manipulación del padrón electoral.
Inteligentemente,
es esa etapa se abstuvo de antagonizar con el sector privado, ya que tenía
demasiados frentes abiertos y sabía que no podía enfrentar a todos sus enemigos
al mismo tiempo. Se ocupó más bien de tranquilizarlos aclarando que no tenía
ninguna intención de perjudicar sus intereses. Se me ocurre muy notable el
parecido de esos tiempos chapistas con nuestro peronismo más vernáculo.
Ya en
el segundo semestre de 2001, Chávez inició una suerte de segunda etapa de “El
Proceso”, como Chávez la apodó, siguiendo los textos de Lenin, siempre rumbo al
estado totalitario. Rompió abiertamente con Estados Unidos al exclamar que los
bombardeos norteamericanos a objetivos en Afganistán eran actos terroristas
equivalentes a los ocurridos el 11-S. Al poco tiempo promulgó las
tristemente célebres “49 leyes” diseñadas contra el sector privado. Esas leyes
eliminaron toda posibilidad de apertura al sector privado en el sector
petrolero, estableció la confiscación de tierras sin compensación a sus dueños
legítimos –una barbarie económica y social sin precedentes- y estableció “zonas
de seguridad” en vastas zonas urbanas, efectuando una confiscación de
facto de algunas de las mejores propiedades inmobiliarias del país.
Al
mismo tiempo, inició una campaña de asedio contra los sindicatos independientes
utilizando los tribunales para hostigar e incluso encarcelar líderes sindicales
prominentes.
Tales
acciones energizaron a la oposición y produjeron protestas y marchas pacíficas
multitudinarias, algo para lo que Chávez estaba listo. Sin embargo cometió un
grave un error de cálculo al entrar en pánico por la gran marcha del 11 de
Abril de 2002. Al ordenar a sus milicias civiles armadas disparar contra los
ciudadanos desarmados que participaban en la marcha, la alta oficialidad
del ejército, cuidadosamente seleccionada por Chávez por su lealtad y tendencia
política, asqueada por los sucesos, decidió deponerlo. Depuesto por sus propios
Generales, fueron esos mismos los que lo regresaron al poder pocos días
después, luego que el sucesor apoyado por la oposición cometiera errores
inimaginables que le restaron todo apoyo de la población.
Chávez
salió fortalecido y para finales de 2004 Chávez se encontraba muy cerca de
controlar los “alturas dominantes” de la economía venezolana, había logrado la
destrucción casi total del movimiento sindical independiente (con sus líderes
presos o en el exilio) y controlaba casi la totalidad de los medios masivos de
comunicación. Más temprano que tarde, se dio cuenta que su imagen como sucesor
de Fidel Castro presentaba un grave problema: grandes empresas multinacionales
todavía estaban presentes en sectores clave de la economía venezolana y los
ingresos del país eran totalmente dependientes de las ventas de petróleo a
Estados Unidos.
Es así
como en el 2008 se ponde en marcha la tercera etapa del Proceso, nacionalizando
las operaciones locales de las empresas multinacionales en todos aquellos
sectores considerados “esenciales” por sus asesores cubanos: empresas de
telecomunicaciones, minería, acero, materiales de construcción, petróleo y
servicios petroleros, electricidad, gas, suministros agrícolas e incluso
fabricantes de vidrio. Al mismo tiempo Venezuela firmó acuerdos altamente
perjudiciales, costosos y desventajosos con China con el único propósito de
desviar las exportaciones petroleras venezolanas de Estados Unidos hacia el
mercado chino. El costo fue alto, pero logró su propósito de eliminar la
dependencia del mercado norteamericano.
Cuando
Chávez muere, prácticamente había logrado casi todo aquello que se propuso. Una
oposición mediocre y sin ninguna visión estratégica no representó jamás un reto
importante. Además, como Chávez mismo se jactó públicamente, más de una vez,
los había “infiltrado hasta la médula”.
Estoy
altamente convencido de que Chávez jamás quiso convertir a Venezuela en otra
Cuba, ya que él sabía mejor que nadie que necesitaba al sector privado para
mantener productos en los anaqueles y quería evitar ser tan económicamente
irrelevante en el mundo como lo es hoy la isla caribeña. Su relación con
los Castro era de camarada y colega. Los necesitaba para que éstos le
proveyeran de su experiencia en seguridad y represión, y ellos lo necesitaban
para alimentar al pueblo cubano. Ni más ni menos, así de simple.
El verdadero
objetivo de Chávez siempre fue el de suplantar a Fidel en el liderazgo de
la izquierda mundial y para ello era necesario mantener a Venezuela
relativamente fuerte económicamente. Es una de las razones de lo trágico de su
muerte, pues Maduro no cuenta ni remotamente con la fuerza intelectual de
Chávez ni con su carisma y hoy es totalmente dependiente de la asesoría cubana.
La Habana es
actualmente la metrópolis imperial y Caracas es meramente la capital sede de un
virreinato. Maduro y su vicepresidente, el yerno de Chávez y un fanático
marxista graduado en Cambridge –que jamás supo lo que es trabajar de algo-
saben que repitiendo las prácticas chavistas de alterar el padrón
electoral e intervenir algunas máquinas de votación no lograrán igualar las
victorias electorales de Hugo.
Sostener
el poder para ellos significa concluir la cuarta y última etapa de “El Proceso”,
es decir, lograr el Estado Revolucionario de inmediato. Los sucesos ocurridos
en Caracas los últimos días no son otra cosa que el intento de Maduro y los
familiares de Chávez por mantenerse en el poder a toda costa, pese a su ya
altísima y creciente impopularidad.
Durante
las últimas semanas Maduro decidió que llegó el momento de la persecución total
a toda la clase empresarial venezolana, desde el pequeño propietario de una
tienda hasta altos ejecutivos de grandes empresas. Iniciando un proceso llamado
“La Guerra Económica ”
contra la comunidad empresarial, se ha decidido a acusar a todos los
comerciantes del país de especular con los precios, obligando a todos los
comerciantes a nivel nacional a rebajarlos entre un 30% y un 70%. Muchos
venezolanos piensan que es una inmoralidad que un comerciante marque los
precios en función de sus expectativas relativas de cómo se ubicará el tipo de
cambio en los próximos meses, en lugar de fijar sus precios en función del
precio de la divisa el día en que adquirió la mercancía.
El
pasado mes de enero, el bolívar fue devaluado un 48%, y sin embargo la mayoría
de los consumidores venezolanos no entienden el concepto de fijar precios en
función del valor de reposición. Así es que Maduro ha obtenido un gran éxito
inicial en su “Guerra Económica”. La gente está feliz con las medidas del
gobierno ya pisando las elecciones municipales. Nadie está pensando en qué
pasará en enero cuando la mayor parte de las tiendas permanezcan cerradas por
haber sido forzadas a liquidar sus inventarios a valores por debajo del costo
de reposición. Nadie, menos Maduro y su vicepresidente, el marxista.
En ese
orden de cosas, el mandatario decretó dos nuevas leyes que finalmente
eliminarán el libre mercado en Venezuela. La primera, llamada
eufemísticamente “Ley para el Control de Costos, Precios y Ganancias y
Defensa de la
Familia Venezolana ” (algún día entenderé el porqué de los
nombres rimbombantes, o no) establece un control de márgenes de ganancia
para todas las empresas del país. Su aplicación será supervisada por
el “Organo Superior para la
Defensa Popular de la Economía ” (mátame),
liderado por un general del Ejército (…). La segunda ley crea el Centro
Nacional de Comercio Exterior, que eventualmente se convertirá en el monopolio
importador del Estado, el cual tendrá bajo su control todas las
importaciones de Venezuela. La empresas privadas existirán, pero únicamente
como distribuidoras o minoristas de productos importados por el Estado.
Cuando
arranque el 2014 los venezolanos se darán cuenta que sus compras a precios
artificialmente bajos otorgados graciosamente por Maduro -contra toda la lógica
económica- producirán un colapso absoluto del sector privado, y ya el gobierno
tendrá listo un sistema de racionamiento al estilo soviético. No quiero ni
imaginar las jugosas ganancias que los operadores del mercado negro se preparan
para obtener con el Socialismo del Siglo XXI.
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