sábado, 7 de diciembre de 2013

Venezuela y el Comunismo

Por Ariel Torres


Allá por 1998, mi segundo viaje a Venezuela coincidió con la campaña presidencial y tuve la suerte de asistir –simplemente porque era en el mismo hotel donde yo estaba- a una conferencia de prensa de Hugo Chávez, en la que un periodista de CNN le preguntó directamente si él era comunista. Recuerdo claramente lo cínico de la respuesta:“Yo soy humanista”, dijo, repitiendo lo que 39 años antes había dicho el mismísimo Fidel Castro en Princeton. Un tiempo después, luego de lograr la consolidación del poder absoluto en sus propias manos, el mismo Chávez confesó públicamente que se consideraba a sí mismo “un marxista-leninista convencido”.

En 14 años de poder, Chávez llevó adelante una estrategia para introducir el socialismo en Venezuela por etapas. Así las cosas, la primera etapa consistió en obtener el control absoluto de todas las instituciones del Estado, por lo que durante los primero cuatro años sus esfuerzos se centraron en cambiar la Constitución para adaptarla a sus planes, controlar el Tribunal Supremo, anexar comisarios políticos a las unidades del ejército, bien al estilo soviético, y cambiar los sistemas de cedulación y de votación con el fin de asegurar su reelección en elecciones futuras a través de la manipulación del padrón electoral.

Inteligentemente, es esa etapa se abstuvo de antagonizar con el sector privado, ya que tenía demasiados frentes abiertos y sabía que no podía enfrentar a todos sus enemigos al mismo tiempo. Se ocupó más bien de tranquilizarlos aclarando que no tenía ninguna intención de perjudicar sus intereses. Se me ocurre muy notable el parecido de esos tiempos chapistas con nuestro peronismo más vernáculo.

Ya en el segundo semestre de 2001, Chávez inició una suerte de segunda etapa de “El Proceso”, como Chávez la apodó, siguiendo los textos de Lenin, siempre rumbo al estado totalitario. Rompió abiertamente con Estados Unidos al exclamar que los bombardeos norteamericanos a objetivos en Afganistán eran actos terroristas equivalentes a los ocurridos el 11-S.  Al poco tiempo promulgó las tristemente célebres “49 leyes” diseñadas contra el sector privado. Esas leyes eliminaron toda posibilidad de apertura al sector privado en el sector petrolero, estableció la confiscación de tierras sin compensación a sus dueños legítimos –una barbarie económica y social sin precedentes- y estableció “zonas de seguridad” en vastas zonas urbanas, efectuando una confiscación de facto de algunas de las mejores propiedades inmobiliarias del país.
Al mismo tiempo, inició una campaña de asedio contra los sindicatos independientes utilizando los tribunales para hostigar e incluso encarcelar líderes sindicales prominentes.

Tales acciones energizaron a la oposición y produjeron protestas y marchas pacíficas multitudinarias, algo para lo que Chávez estaba listo. Sin embargo cometió un grave un error de cálculo al entrar en pánico por la gran marcha del 11 de Abril de 2002. Al ordenar a sus milicias civiles armadas disparar contra los ciudadanos desarmados que participaban en la marcha, la  alta oficialidad del ejército, cuidadosamente seleccionada por Chávez por su lealtad y tendencia política, asqueada por los sucesos, decidió deponerlo. Depuesto por sus propios Generales, fueron esos mismos los que lo regresaron al poder pocos días después, luego que el sucesor apoyado por la oposición cometiera errores inimaginables que le restaron todo apoyo de la población.

Chávez salió fortalecido y para finales de 2004 Chávez se encontraba muy cerca de controlar los “alturas dominantes” de la economía venezolana, había logrado la destrucción casi total del movimiento sindical independiente (con sus líderes presos o en el exilio) y controlaba casi la totalidad de los medios masivos de comunicación. Más temprano que tarde, se dio cuenta que su imagen como sucesor de Fidel Castro presentaba un grave problema: grandes empresas multinacionales todavía estaban presentes en sectores clave de la economía venezolana y los ingresos del país eran totalmente dependientes de las ventas de petróleo a Estados Unidos.

Es así como en el 2008 se ponde en marcha la tercera etapa del Proceso, nacionalizando las operaciones locales de las empresas multinacionales en todos aquellos sectores considerados “esenciales” por sus asesores cubanos: empresas de telecomunicaciones, minería, acero, materiales de construcción, petróleo y servicios petroleros, electricidad, gas, suministros agrícolas e incluso fabricantes de vidrio. Al mismo tiempo Venezuela firmó acuerdos altamente perjudiciales, costosos y desventajosos con China con el único propósito de desviar las exportaciones petroleras venezolanas de Estados Unidos hacia el mercado chino.  El costo fue alto, pero logró su propósito de eliminar la dependencia del mercado norteamericano.

Cuando Chávez muere, prácticamente había logrado casi todo aquello que se propuso. Una oposición mediocre y sin ninguna visión estratégica no representó jamás un reto importante. Además, como Chávez mismo se jactó públicamente, más de una vez, los había “infiltrado hasta la médula”.

Estoy altamente convencido de que Chávez jamás quiso convertir a Venezuela en otra Cuba, ya que él sabía mejor que nadie que necesitaba al sector privado para mantener productos en los anaqueles y quería evitar ser tan económicamente irrelevante en el mundo como lo es hoy la isla caribeña.  Su relación con los Castro era de camarada y colega. Los necesitaba para que éstos le proveyeran de su experiencia en seguridad y represión, y ellos lo necesitaban para alimentar al pueblo cubano. Ni más ni menos, así de simple.

El verdadero objetivo de Chávez siempre fue  el de suplantar a Fidel en el liderazgo de la izquierda mundial y para ello era necesario mantener a Venezuela relativamente fuerte económicamente. Es una de las razones de lo trágico de su muerte, pues Maduro no cuenta ni remotamente con la fuerza intelectual de Chávez ni con su carisma y hoy es totalmente dependiente de la asesoría cubana. La Habana es actualmente la metrópolis imperial y Caracas es meramente la capital sede de un virreinato. Maduro y su vicepresidente, el yerno de Chávez y un fanático marxista graduado en Cambridge –que jamás supo lo que es trabajar de algo- saben que repitiendo las prácticas chavistas de  alterar el padrón electoral e intervenir algunas máquinas de votación no lograrán igualar las victorias electorales de Hugo.



Sostener el poder para ellos significa concluir la cuarta y última etapa de “El Proceso”, es decir, lograr el Estado Revolucionario de inmediato. Los sucesos ocurridos en Caracas los últimos días no son otra cosa que el intento de Maduro y los familiares de Chávez por mantenerse en el poder a toda costa, pese a su ya altísima y creciente impopularidad.

Durante las últimas semanas Maduro decidió que llegó el momento de la persecución total a toda la clase empresarial venezolana, desde el pequeño propietario de una tienda hasta altos ejecutivos de grandes empresas. Iniciando un proceso llamado “La Guerra Económica” contra la comunidad empresarial, se ha decidido a acusar a todos los comerciantes del país de especular con los precios, obligando a todos los comerciantes a nivel nacional a rebajarlos entre un 30% y un 70%. Muchos venezolanos piensan que es una inmoralidad que un comerciante marque los precios en función de sus expectativas relativas de cómo se ubicará el tipo de cambio en los próximos meses, en lugar de fijar sus precios en función del precio de la divisa el día en que adquirió la mercancía.

El pasado mes de enero, el bolívar fue devaluado un 48%, y sin embargo la mayoría de los consumidores venezolanos no entienden el concepto de fijar precios en función del valor de reposición. Así es que Maduro ha obtenido un gran éxito inicial en su “Guerra Económica”. La gente está feliz con las medidas del gobierno ya pisando las elecciones municipales. Nadie está pensando en qué pasará en enero cuando la mayor parte de las tiendas permanezcan cerradas por haber sido forzadas a liquidar sus inventarios a valores por debajo del costo de reposición. Nadie, menos Maduro y su vicepresidente, el marxista.

En ese orden de cosas, el mandatario decretó dos nuevas leyes que finalmente eliminarán el libre mercado en Venezuela. La primera, llamada eufemísticamente “Ley para el Control de Costos, Precios y Ganancias y Defensa de la Familia Venezolana” (algún día entenderé el porqué de los nombres rimbombantes, o no) establece un control de márgenes de ganancia para todas las empresas del país. Su aplicación será supervisada por el “Organo Superior para la Defensa  Popular de la Economía” (mátame), liderado por un general del Ejército (…). La segunda ley crea el Centro Nacional de Comercio Exterior, que eventualmente se convertirá en el monopolio importador del Estado, el cual tendrá bajo su control todas las importaciones de Venezuela. La empresas privadas existirán, pero únicamente como distribuidoras o minoristas de productos importados por el Estado.



Cuando arranque el 2014 los venezolanos se darán cuenta que sus compras a precios artificialmente bajos otorgados graciosamente por Maduro -contra toda la lógica económica- producirán un colapso absoluto del sector privado, y ya el gobierno tendrá listo un sistema de racionamiento al estilo soviético. No quiero ni imaginar las jugosas ganancias que los operadores del mercado negro se preparan para obtener con el Socialismo del Siglo XXI.

Con ese barco ya zarpado, es que Venezuela se ha convertido en el segundo Estado Comunista Totalitario del continente

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