Sobre la propuesta de la Inquilina Nro. 1 de Olivos para la creación de una
ley de ética pública que controle al “Cuarto Poder”, se me ocurren algunas precisiones:
A raíz de un curso de managemet que hice
hace algunos años, tuve la satisfacción de tener acceso a un taller de ética que daba
Javier Darío Restrepo, quizás la persona que más se dedicó a estudiar el tema
en el continente. No solo escribió varias obras esenciales sino que tiene a su
cargo el consultorio de ética de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. En ese curso
compartió un texto con ideas que repite insistentemente el maestro, como lo
llaman en toda Latinoamérica:
“La ética no se impone:
se adopta por una libre decisión personal. En esto se diferencia de la ley que
es coactiva y se cumple por presión del policía que exige y vigila su
cumplimiento y sanciona el incumplimiento. Para la ética no hay otro policía
que la propia conciencia. No la puede imponer un reglamento de trabajo, ni un
manual de estilo. Es una decisión personal. Uno es ético porque le da la gana.”
Por esa razón las faltas éticas no
son punibles, como los delitos. Los tribunales pueden ser de disciplina, pero
jamás de ética. Por eso, agrega Restrepo, “la ética no
puede reducirse a un reglamento o compendio de normas, ni se puede aplicar
mecánicamente lo mismo que un reglamento de fútbol o un manual de
funcionamiento de una institución”.
Por ser la ética situacional y propia de
cada quien, los medios o los colectivos de prensa a lo sumo pueden diseñar
algunos marcos de orientación para sus colaboradores, que eventualmente
permitan a sus audiencias conocer los parámetros por los cuales se producen los
contenidos.
Los manuales de ética surgieron en la
Argentina en la década del noventa. Los que la mandataria llama “medios hegemónicos” los tienen. Clarín y La Nación los publicaron en
1997; La Voz del Interior en 2007; Perfil en 1998, diario que además cuenta con
Ombudsman para recibir las quejas de los lectores. Fopea tiene un código para
sus asociados desde 2006. El cumplimiento de los principios queda supeditado a
los periodistas que los suscriben y a sus lectores, y uno y otros en diálogo
promueven la reflexión ética y la mejora de los estándares. De eso se trata.
Los funcionarios preocupados por estos temas podrían revisar esos manuales de
estilo y ver si lo que señalan como faltas están o no consideradas por el
medio. Lo que sí es cierto es que nadie puede exigirle el cumplimiento de su
propia ética a otro.
Las leyes ya existen
La Presidente en su
cadena del 9 de agosto reiteró su preocupación acerca de que la ciudadanía no
estaría identificando quién está detrás los periodistas. Esa obsesión ya estuvo
presente en la redacción de la 26.522, al punto que la norma incluye la
prohibición de la emisión de “publicidad subliminal”, un vestigio de las teorías propagandísticas extinguidas con la guerra fría
que la ley argentina decidió resucitar. Justo una norma que venía a innovar en
medios.
Esa fijación en pensar que el televidente
es incapaz de determinar qué es publicidad se reflejó en el artículo 81 en cuya
reglamentación (Dto. 1225/2010) se especificó que “La publicidad
deberá emitirse en tandas que deberán estar identificadas al inicio y al final
como ‘espacio publicitario’ ”. Lo que se suponía serviría para
controlar que la tanda no excediera los minutos por hora permitidos se
convirtió en la evidencia de la imposibilidad de aplicar semejante medida.
Privados y gobierno insertan publicidad, auspicios, gacetillas, productos fuera
de esas placas, todo el tiempo. Entonces, o no lo están controlando, o lo
controlan y no pueden hacer nada para evitarlo, o resulta que el Estado es
menos perspicaz para detectar la publicidad que los ciudadanos, que a toda hora
la vemos burlándose de la placa y de nosotros.
El artículo 72 de la ley también toca
estas cuestiones publicitarias, y exige a los licenciatarios una “Carpeta de acceso público” con información varia dentro de la que
deben publicar lo que reciben por publicidad oficial de todas las
jurisdicciones. Hace unas semanas, en una reunión pública, una importante
funcionaria del organismo de aplicación expresaba su desazón por la resistencia
de los medios a presentar la información tal como la ley obliga. Lo cierto es que tampoco el gobierno publica de manera clara y accesible la
publicidad oficial que le asigna a esos licenciatarios. La Jefatura de Gabinete
publica unas planillas con la asignación, sin demasiada regularidad (el año
pasado, por caso, no estuvieron disponibles). Ahora volvió a publicar un
listado en PDF con nombres de proveedores, la mayoría de los cuales son de
fantasía y no permiten identificar al real receptor del dinero público.
Una medida saludable, en
línea con la transparencia que la Presidente le quiere dar al financiamiento de
los medios, es que el Estado publique los datos completos de los proveedores de
servicios de medios. No solo de publicidad sino, por ejemplo, de las productoras que producen
sus videos o los contenidos de los canales públicos; o los gastos por auspicios
y patrocinios de todos los organismos del Estado, y no solo la partida de la
Secretaría de Comunicación Pública.
Si la ley que pedía ayer la Presidenta era
de publicidad, hay mucho ya sancionado que espera ser cumplido. Si era para que
los periodistas declararan los conflictos de intereses, seguramente estaba
hablando de la cláusula de conciencia, cuya discusión está tratando de empujar
hace un tiempo la Senadora Norma Morandini en el Congreso. Pero seguramente se confundió cuando puso en una misma
frase ley y ética, porque se trata de cuestiones de distinta naturaleza.
Por mencionar un
organismo que nadie pondría en cuestión, los informes de las Naciones Unidas
para el Desarrollo mencionan los mecanismos para mejorar los estándares
periodísticos, pero todos están por fuera de los controles estatales.
Pero eso es un tema para otra oportunidad.
Hoy solo importa que desde el poder político se vuelve a expresar la poca
confianza que tienen en nuestra capacidad para elegir los medios por los cuales
nos informamos. Es cuando menos curioso que aquellos que se vanaglorian de la
decisión del pueblo que los llevó al poder no confíen en su capacidad para distinguir
un auspicio publicitario.
Curioso e intrigante a la vez…
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