Por Ariel Torres
Hace ya poco más de un año -el 8 de julio del año pasado- el periodista y escritor Jorge Asís nos saludó en su blog con la noticia de que con el fondo inversor The Old Fund, Amado Boudou pasaba a controlar Ciccone Calcográfica. Ha pasado mucha agua bajo ese puente. Después de eso Cristina Fernández eligió a Boudou como su compañero de fórmula -redoblando una apuesta intencional que comenzó a marcar su estilo- y luego ganaron juntos y por robo las elecciones presidenciales.
Allá por el verano, la cosa se puso fea y tragicómica. La esposa de Alejandro Vandenbroele –el monotributista que logró quedarse con Ciccone en parte gracias gestiones de Boudou ante la Afip y que ya tenía el visto bueno administrativo del Banco Central para un contrato de impresión firmado por un funcionario bodouista que ya no está en la entidad monetaria– dijo que su pareja, de la que se estaba divorciando, era un testaferro del ex ministro de Economía y segundo en la línea presidencial.
Convengamos que ni al guionista más imaginativo de Hollywood se le hubiera ocurrido la comedia que vino después. Seguramente habría descartado algunos gags para no tornar inverosímil la narración. Una síntesis precisa y bastante completa de todos los indicios precisos y concordantes sobre el negocio que se estaba montando con Ciccone puede leerse aquí: http://www.lanacion.com.ar/1497158-los-elementos-que-comprometen-a-boudou-en-el-caso-ciccone
Muy a pesar de todo eso, CFK sostuvo a Boudou, que salió a defenderse acusando por coimas a un escudero de los Kirchner (el ex procurador de la Nación, Esteban Righi) y a un empresario aliado (el presidente de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, Adelmo Gabbi). La Inquilina de Olivos le aceptó en silencio la renuncia a Righi. Realpolitik, que le dicen.
Pasados 376 días después de la publicación de Asís, el Gobierno estatiza Ciccone. El guionista hollywodense tampoco se hubiera atrevido a tanto: hasta hace unas semanas el mismo Gobierno defendía la decisión de darle a un fondo la impresión de billetes, pese a que no se conocía muy bien ni la identidad ni el domicilio de sus propietarios y a que las pruebas de impresión venían saliendo con fallas.
En el camino de la estatización de Ciccone, los funcionarios invocan la "soberanía monetaria", de la que hasta ahora aparentemente no se habían percatado. De película. Pero no alcanza para un thriller, apenas una de sarcasmo. Aunque capaz que el guionista tampoco apelaba a ese argumento. Al fin de cuentas, es un exceso fetichista sostener que la soberanía monetaria reside en la impresión de un papel. Sobre todo porque cualquiera se da cuenta de que sería mucho más soberano, pero en serio, que el Estado fuera capaz de lograr que los billetes que están en los bolsillos de los argentinos dejen de perder valor día a día.
Al fin de cuentas, no es muy soberano un país cuyos habitantes están forzados a recurrir a monedas extranjeras. Hoy repudian a la moneda nacional como reserva del valor y e incluso como unidad de cuenta, en algunos casos. Y en el pasado la repudiaron por completo: en los momentos más álgidos de las hiperinflaciones ni siquiera la usaban como medio de intercambio.
Ojalá al Gobierno, ahora con imprenta propia, no se le dé por hacer una remake de aquel clásico. Aunque el resultado lo conocemos todos, no sería lo mismo. Los niveles de impunidad exhibidos en esta oportunidad no se han visto jamás, en este país.
El creador de los Best Seller dedicados a la mafia, Mario Puzzo, se haría una verdadera fiesta con tanto argumento criollo.
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