Por Ariel Torres
La biología nos define tal cual somos desde el nacimiento. Nuestro ADN no se puede cambiar, es inalterable.
Aunque nuestro ADN no es responsable de todo. Somos humanos, la vida nos cambia.
Desarrollamos rasgos nuevos, nos tornamos más o menos territoriales, nos convertimos en máquinas de competir, no siempre aprendemos de nuestros errores, ni nos animamos a enfrentar nuestros miedos más profundos.
Es lo que el mundo hace con nosotros. Si nos acostumbramos a caminar por la vida con las reglas de la vida, terminamos haciendo vida de ovejas, y poco a poco nos imponen cosas: como tenemos que hablar, qué nos tenemos que poner, cuánto tenemos que trabajar, donde no tenemos que ir, cuales cosas decir y cuales no, la manera en la que tenemos que agacharnos ante los quieren doblegarte, cómo decir que sí, y cuando decir que no.
Para bien o para mal, hallamos el modo de ser más que nuestra biología. El riesgo, por supuesto, es que cambiemos demasiado, al punto de no reconocernos. Las heridas dejan de dolernos, aceptamos cada vez más cosas de esas que están lejos de nuestras convicciones, y perdemos el rumbo de nuestras vidas. Ese objetivo que, si bien de traza todos los días, deja de ser un motivo para avanzar y progresar.
Esa fracturas en nuestros espíritu, se asemejan a la foto. Todas o casi todas tienen arreglo. Se atornillan, si es necesario, y el mismo hueso con el tiempo las va cubriendo y soldando. Y así vamos caminando por la vida, soldados, emparchados, pegados, arreglados. A veces bien, que casi ni se nota, de no ser por esos terribles días de humedad, en donde esa rodilla o ese hombro se hacen notar... y otras veces, nos quedan secuelas que no nos permiten caminar bien, o no podemos jugar más al tenis, o levantar cosas pesadas.
Pasamos, por obra y gracia de la repetición de fisuras, a ser pantomimas de nosotros mismos. Caricaturas de lo que alguna vez quisimos ser. Y aceptamos el paso de las cosas como quien se enfrenta a lo inevitable.
Y hallar el camino de regreso puede ser difícil. No tenemos brújula, ni mapa. Pero el hecho de caminar hacia adelante, no significa viajar sin prisa hacia la muerte. Más que eso, significa sumar hechos a nuestra vida, a nuestro camino, a nuestro bagaje, a nuestra experiencia. Sin más reveses que los que nos impone nuestra finitud, y ese es un momento que no elegimos nosotros. Pero sí es nuestro deber prepararnos para que cuando nuestros cuerpos nos pasen las facturas, equilibrarlo con nuestro cerebro. Ser Directores Técnicos de nuestras vidas, con el ánimo de llevar siempre el fuego sagrado en nuestras venas.
Nadie lo hará por nosotros. Ni nosotros debemos hacerlo por nadie.
A veces sólo debemos cerrar los ojos, dar un paso, y rogarle a Dios que podemos llegar a destino.
Precioso, Ari.....un poco dramatico pero sentido, me imagino.
ResponderEliminar