Por Ariel Torres
En estos últimos días me he visto tentado de acercar mi pensamiento al Relato, para tratar de entender de la mejor manera a lo que yo considero un "vaciamiento de la realidad". Lo he intentado porque considero que siempre se está a tiempo de cambiar de opinión, aunque siempre afirmo que si las convicciones son firmes, girar en las consideraciones personales es bastante difícil.
El Padre Nuestro de esta gente que nos gobierna es el "Vamos por Todo", con convicción u obediencia debida... no lo tengo muy en claro.
Un intelectual progresista, en representación de muchos, sugirió que el escándalo Boudou no era importante. Que siguen apoyando al Gobierno por sus "políticas globales" y que cerrarán filas. Ese pensamiento ruin sintetiza todos los vicios de un sector ideológico que durante años fue la última línea de defensa frente al avance de la corrupción, la impunidad y la prepotencia del poder. Y que ahora ha adoptado la negación, el relativismo moral y el verticalismo más reaccionario.
Se ve que entre las "políticas globales" que apoyan los progresistas del kirchnerismo no figuran la transparencia, la lucha contra la corrupción ni la independencia judicial. Y que las "políticas globales" no pueden seguir defendiéndose mientras el propio proyecto se saca de encima las lacras que lo acechan. Es difícil entender esto último: tienen la insólita idea de que tapando los pecados de su propio gobierno le hacen un favor.
Ya es evidente, después del avance que se está produciendo sobre YPF y después de tapar, en vez de estimular, la búsqueda de la verdad en la causa que compromete al vicepresidente de la Nación, que, desde el punto de vista institucional, el Gobierno se está conduciendo como un tren sin frenos. Todos los obstáculos para conseguir los propios fines son atropellables, se trate de una empresa privada, del jefe de los fiscales, de la Justicia o de los medios de comunicación. Se está instalando también en el país la noción de que el fin -el propio- justifica los medios, olvidando que la naturaleza de los medios determina la naturaleza del fin y que no hay manera de conseguir fines nobles con medios innobles. Es realmente una pena: la corrupción sigue siendo un tema estructural irresuelto, y cuando aparece la oportunidad de investigarlo y, en caso de verificarse, purgarlo, emerge la decisión de protegerlo y darle asilo dentro del sistema.
La calidad institucional no gozaba de su mejor momento en la Argentina, pero se cayó varios escalones en estas últimas horas. Ya no se trata de la inocencia o culpabilidad de Boudou. Se trata de algo mucho más grande. Aunque convengamos que el miedo era tan intenso que no trepidaron en tirar por la ventana a un prócer del setentismo acusándolo de tráfico de influencias, ni en revelar diálogos secretos que los autoincriminan política y penalmente con tal de pasar a retiro a Daniel Rafecas.
El Gobierno no podría llevar a cabo este tétrico espectáculo si el progresismo rompiera el silencio y dijera basta. Sé que en esa caudalosa corriente de pensamiento hay muchas personas que están consternadas, pero que callan por temor a ser arrojados fuera del paraíso. O porque ceden a la gastada extorsión de que convalidar disciplinadamente lo abominable es necesario para no ser "funcionales a la derecha". Los cínicos y fanáticos no tienen cura. Pero los kirchneristas de buena fe sí la tienen. Hay miles. Tragan y tragan sapos, sin saber que su voz sería fundamental para que los canallas no se salgan con la suya y para que nuestra sociedad política no se dirija nuevamente a una frustración y a un chiquero. Incluso para mejorar el gobierno que adoran. Mientras no lo hagan, todos deberemos entender que la última línea de defensa se ha quebrado. Y que el progresismo traicionó su propia naturaleza.
Es que la Argentina se ha convertido en un cuerpo que no se decide a expurgar aquello que lo daña, un cuerpo que protege sus propios virus y neutraliza simultáneamente los anticuerpos. La presión que se está produciendo sobre los resortes que protegen al sistema, en una maniobra que tiene un efecto similar a la de provocarse una inmunodeficiencia. La cuestión recuerda a un proceso biológico denominado apoptosis: si las células de un cuerpo que están programadas para morir no mueren, provocan enfermedades de todo orden. Uno no puede descartar que en el cuerpo social pase algo parecido, y que cuando no funcionan los mecanismos de depuración de lo que es necesario que sea depurado, la toxicidad se recicle indefinidamente hacia adentro. Sin embargo, así como es impresionante ver avanzar esta locomotora en la que se ha convertido el Gobierno, que no se detiene ante nada, también lo es ver lo inerme que se encuentra el país ante esta situación.
Es que el misterio más profundo no radica nunca en la obscenidad del poder. El misterio más profundo es la aceptación y el consumo ávido por parte de la ciudadanía de este espectáculo, que la excita a la vez que la deja impotente. Se trata de algo que viene de lejos, al menos desde la era Menem, y que no tiene carácter transitorio. Es algo más denso que la tinellización de la política: bajo la apariencia de la superficialidad se transan cuestiones más relevantes. Se puede expresar con una figura: así como se lavan los activos en efectivo visibilizándolos y depositándolos en el sistema bancario, un lavado de valores se está produciendo también colectivamente cuando se habilita su exteriorización en la vida pública en forma crónica, sostenida y sin consecuencias.
Este parece ser el núcleo de la cuestión, la causa más lejana, el contexto propicio para que estas cosas sigan ocurriendo y que apenas vayan mutando de rostro, de tapado, de figura política.
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