Por Ariel Torres
El pueblo bolivariano ha dado un gran paso en busca de la normalidad institucional, el último fin de semana. El hartazgo venezolano se dio ya no por cuestiones institucionales, algo que integraba ya la normalidad del ADN de la comunidad de este país caribeño, sino más bien por cuestiones humanitarias. La escasez, la inflación, los precios de los alimentos, las colas para obtenerlos, como así también la crisis de los medicamentos. Con el precio internacional del petróleo cada vez más bajo, y sin posibilidades de que aumente en el año que entra, la corrupción -a la no se le puede bajar el sueldo- se ha llevado casi todo lo que el pueblo necesita para su natural sobrevivencia.
El punto de contacto con lo sucedido en nuestro país es precisamente ese: lo institucional. Es que si bien se puede engañar a muchos durante mucho tiempo, la realidad indica que no se puede engañar a todos, todo el tiempo. Hay otra cosa no menos importante: la corrupción es exitosa cuando hay dinero, pero cuando éste se acaba, se desnudan las miserias y las deslealtades propias de un sistema que se sostiene mientras hay una mano que suelta dinero sin control, y una que la recibe sin miramientos.
Eso ha pasado en Venezuela y Argentina, con diferentes tonalidades, pero con un fondo común: el abuso del poder y de los recursos.
Hablemos un poco del presente. El presidente electo de la Argentina, el Ingeniero Mauricio Macri, aún no ha asumido, y desde el saliente oficialismo se han descargado sobre la sociedad violentos estertores del aparato estatal de comunicación y publicidad, diciendo que se perderá todo lo obtenido por tantos años de populismo kirchnerista. Desde la ciencia, pasando por los subsidios, el asistencialismo indiscriminado, el fenomenal gasto público sin control, todo parece que volverá mágicamente a fojas cero con el advenimiento del nuevo color político. Miedo desde el gobierno, pánico desde las instituciones manejadas por ese mismo gobierno. Una costumbre del poder.
Mis amigos venezolanos, que los tengo muchos por haber trabajado varios años en ese bello país, me dicen por estos días que el universo chavista está cometiendo las mismas tropelías semánticas. Aprovechan la propaganda paraestatal para cargar sobre la población títulos de miedo y más escasez, pérdida de derechos, y el peligro de muerte que sobre el populismo prebendario supone la mayoría parlamentaria de los azules. Miedo desde el gobierno, pánico desde las instituciones manejadas por ese mismo gobierno. Una costumbre del poder.
Lo único cierto y verdadero por este tiempo, es que el Pueblo ha hablado, fuerte y claro. No ha habido manera de callarlo, o engañarlo más. En el caso argentino, el abuso de poder ha sido hartante y descarado. En el caso Venezolano, tuvo que llegar el hambre y la desesperación. Debió haber sido antes, pero eso habla a las claras de la inmadurez en general del electorado latinoamericano, más proclive a pasarlo bien en el presente, que pensar en el futuro de los hijos.
No importa, que sea la historia la que se encargue de los análisis antropológicos y ponga en su lugar a quienes demostraron su profunda ignorancia e incapacidad para liderar al pueblo, como así también una ausencia total de capacidad para convertirse en Estadistas, que son en definitiva los únicos capaces de cambiar el destino de una Nación.
Bienvenida democracia, plural y republicana, a mi Argentina, a mi Venezuela.
Digo.
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