lunes, 11 de agosto de 2014

Buitres, afuera y adentro

Por Ariel Torres



Por supuesto que no voy a descubrir nada si digo que los fondos buitres están de moda. Es el tema principal de numerosos medios de comunicación de América Latina y del mundo occidental, sobre todo. Comenzando, claro está, con nuestra presidenta, CFK, que no habla sino de la perversidad de ellos. Desde ambientes académicos, políticos y diplomáticos se reclaman regulaciones más exigentes de los mercados financieros en relación con los fondos buitres, a fin de que no pongan en riesgo los acuerdos de refinanciamiento de deuda pública y no precipiten la cesación de pagos o default de las obligaciones externas de variados estados soberanos.

Los bien llamados Holdouts se dedican a especular y litigar con los títulos de deuda pública de los países en serios aprietos económicos, y hoy son vistos como una calamidad internacional. De eso no hay duda y soy un defensor de la idea de que no deberían existir, al menos sin una regulación menos laxa. Pero de lo que también quiero hablar, porque toda historia tiene dos caras, es de ese otro tipo de buitre, no ya específicamente financiero o bursátil sino de carácter estatal: los gobiernos buitres, o aquellos que se dedican a depredar los recursos públicos y privados de sus países, y muchas veces en nombre de la justicia o la igualdad o la soberanía.
Así como los fondos buitres nos han caído encima, no es muy diferente al aterrizaje de nuestros propios gobiernos, el de los Kirchner, entre otros. En todas las redacciones de los servicios de noticias –especialmente los americanos- es un hecho notorio, público y comunicacional el enriquecimiento de la camarilla que gobierna a este gran país nuestro. En la Casa Rosada funciona un gobierno buitre, aunque una parte importante de los argentinos no lo vea así o no le importe.
En mis últimos dos años estuve prestando servicio a una gran empresa venezolana, Pdvsa, asentado en ese país, al que quiero mucho en verdad. ¿Y qué decir, entonces, de Venezuela? Es un hecho que ese bendito país, también, ha venido padeciendo un régimen buitre que, en tres lustros, ha recibido y despachado el equivalente de mil quinientos millardos de dólares en ingresos públicos, sin que esos caudales se hayan transformado en desarrollo sustentable y, por el contrario, más bien se hallan en gran medida despilfarrado en demagogias delirantes y en latrocinios siderales. Los números asustan: una estafa cambiaria de 25 mil millones de dólares en un solo año fiscal, el 2012, tal y como lo denunció la entonces presidenta del Banco Central de Venezuela, puede llegar a ser el hecho de corrupción de mayores dimensiones en la historia de la corrupción del planeta.
Me detengo en el caso venezolano un momento, porque lo conozco en profundidad, y la referida estafa cambiaria del 2012 es una mera pieza en el aparatoso engranaje de la depredación roja. Ellos han tenido 15 años de depredación sostenida sólo por pequeños y puntuales logros, insignificantes cuando se analizan los guarismos de desarrollo. Casi como nuestros últimos 12 años. El gobierno argentino tomó dinero ajeno, lo despilfarró y se lo robó. A la hora de pagar no había como, el país entró en quiebra, los acreedores -en su mayoría- prefirieron salvar algo antes que perderlo todo y aceptaron recibir menos de lo que se les debía. Una pequeña porción de esos acreedores no aceptó, prefirió usar los medios institucionales, la justicia, y demandó en tribunales, litigaron por diez años y ganaron. Sin embargo, nos negamos a pagar, no acatamos la sentencia, diciendo que es "extorsión".

Si esto no configura la condición de gobierno buitre, nada lo podría hacer. Por lo tanto, cuando se denuncie o se reclame el proceder de los fondos buitres, no se debe ignorar el reclamo o la denuncia de los gobiernos buitres. Se parecen mucho en la teoría y en la práctica.
Y hacen mucho daño, mientras sus detentadores se hacen billonarios. Porque si bien los fondos operan, al fin y al cabo, dentro de un entramado legal de carácter global que no pueden manejar a su antojo, los gobiernos buitres se proclaman soberanos para hacer y deshacer al interior de sus respectivos territorios. Y mientras los primeros son justamente condenados, los segundos se las arreglan para ser injustamente defendidos.

Si se salen con la suya, los gobiernos buitres corroen el potencial de los países que dominan. Porque después de todo, los buitres viven de la carroña. 

domingo, 3 de agosto de 2014

Un default ideológico

Por Ariel Torres


La observación primaria de los hechos devenidos de las decisiones de los políticos, fundamentalmente argentinos, me ha convencido de que el comportamiento humano no puede explicarse primariamente por la determinación social o discusión racional, sino más bien descansa en algún impulso innato, presocial, en los individuos. Por eso es que los ideólogos, cuando entran en dificultades, persiguen siempre a la gente para que acepte soluciones a problemas creados generalmente por ellos, por medios que tratan de imponer arbitrariamente.

Y allí se centra, explícita, la debilidad esencial de la ideología al final del camino, porque como ha demostrado la evidencia histórica, la coerción hacia la libertad raramente conduce a la libertad, ya que está probado que el hombre, por su naturaleza esencial, perseguirá eternamente su propia “aventura cultural”.

Aquellos que tratan de imponer ideas supuestamente correctas -con exclusión de cualesquier otra-, niegan los derechos de aquellos que no comparten su peculiar criterio de unanimidad y no aceptan ni comprenden al mismo tiempo, que una verdad pierde validez cuando se promueve el silencio de quienes tengan algo que decir al respecto.

Es tan extremo en su contexto, que por obra de la ideología se llega al punto de pretender que las libertades por las que los hombres de fines del siglo XVIII y los del XIX se esforzaron y lucharon, se conviertan en fantasmas sin contenido, defraudando cualquier esperanza cifrada en aquellas.

El preámbulo no es caprichoso, y viene a cuento en referencia a la conferencia de prensa de Axel Kicillof, celebrada en el consulado argentino de New York en estos días pasados, anunciando el fracaso de las negociaciones de la deuda argentina con los holdouts. Analizándola con lupa, es una pieza retórica que calza perfectamente dentro de los estrechos márgenes psicológicos de un ideólogo a ultranza, que no acepta la razón de ser de nada que no coincida con, en este caso, su “relato”.

A mi modo de ver, CFK y su imberbe envalentonado ministro, han conformado un tándem diabólico y no pasa día en el que no estén reunidos “relojeando la realidad”, para ver de qué manera podrán estrechar el cepo cultural con el que pretenden vendernos su visión deformada de la misma. Mientras tanto, mienten con una desfachatez que asombra, dando vuelta cualquier argumento “por zurda”, es decir, por el lado más desprotegido y difícil de contradecir de inmediato.

En ocasiones, observando sus desmanejos, me encuentro sacudiendo la cabeza varias veces a fin de percatarme si lo que dicen/hacen es una fantasía o no, pero es tal la habilidad que han desarrollado durante estos años, que se han puesto duchos en “ramificar” sus conclusiones esotéricas haciéndolas aparecer durante algunas horas como razonables. Solo después de transcurrido algún tiempo, las evidencias de la realidad dan por tierra con el fanatismo en el que pretenden envolvernos.

La habilidad para arrastrar al rebaño es ostentosa. Basta mirar las redes sociales de sus descerebrados y adocenados seguidores, unos instantes después de haberse lanzado una nueva consigna, batiendo el parche para amplificar el discurso/verso del momento. Así estamos.

Pero por desgracia para el kirchnerismo, por más furiosos que se pongan, la realidad les ha puesto una pared por delante. A nosotros solo nos queda contar –como los presos en sus celdas-, los días que nos faltan para liberarnos de la tortura de su presencia y no volver a verlos nunca más en la cercanía de cualquier gobierno del futuro.

Mientras tanto, me late el dudoso honor de adelantarle a CFK la definición que hace varios días nos está desafiando a encontrar para la situación que se ha presentado: es, esencialmente, un default “ideológico”.


Digo.