miércoles, 20 de febrero de 2013

La política como en una mesa de pool


Por Ariel Torres

Ustedes -los pocos que me leen- saben que lo mío es la Economía, ya veces paseo o sobrevuelo la política, porque es inevitable no hacerlo. Esta es una de esas ocasiones en que no puede dejar de opinar sobre dos temas que demuestran una vez más, la clase de dirigentes que nos gobiernan. 
Mucho se ha dicho sobre que en el acuerdo con Irán hay gato encerrado, y ésto -qué paradoja- hace las veces de soplo de aire debajo de las alas del Gobierno. Mientras sobreviva la duda, mientras creamos que lo pactado esconde secretos repujados con la proverbial astucia kirchnerista, sentiremos que toda evaluación que hagamos del memorándum suscripto en Etiopía será incompleta. No se entiende en la mente del común mortal, el hecho de que nuestro Poder Ejecutivo haya decidido brindarle en forma gratuita un servicio de blanqueo internacional al régimen teocrático al que nuestra justicia le imputa la autoría de una masacre.
Está clarísimo ya hace bastante, que el gobierno kirchnerista no es fanático de los acuerdos -en todo caso entiende de confrontaciones como nadie-, pero este mes se dispuso a recuperar el tiempo perdido e hizo dos acuerdos de un manotazo; uno con el régimen iraní, llamémoslo el acusado, para que nos revele la verdad de lo que sucedió con la AMIA, y el otro con los hipermercados, para controlar la inflación en un país que no la tiene (si la tuviera, explicó la Presidenta en Georgetown, todo estallaría por los aires). Cuac!
Los hipermercados que cobran caro el tomate redondo larga vida o la nalga cortada para milanesa no son de la misma calaña que los antisemitas que gobiernan Irán, a quienes -entre otras cosas- les gustaría hacer desaparecer a Israel; pero la contraparte es la misma, una presidenta de fuerte personalidad, proclive a estrategias complejas. Es posible pensar que su forma de negociar repite patrones en asuntos diversos. Se instala la sorpresa, pero sobre todo con la ambigüedad. El detalle de lo que se pacta no es para cualquiera, rasgo que tal vez derive del concepto paternalista del poder. La ambigüedad es funcional al entendimiento de que en la parte de abajo de la mesa se arreglan algunos aspectos relevantes, y es igualmente legítima. 
Aquellos que creen que el tema del acuerdo de precios son los precios y nada más, estarán pendientes del día 61 para saber si la medida fue eficaz o fracasó, pero para un gobierno que considera que el enemigo número uno no es la inflación sino los medios, lo "acordado" debajo de la mesa ya es ganancia. El objetivo colateral de perjudicar a los diarios críticos mediante la fulminación de la publicidad de supermercados, cláusula no escrita, pero cuyo cumplimiento verifica cualquiera, cumplió con lo que realmente se pretendía. Sea con los modales barrabravescos de Guillermo Moreno o con la hipócrita amabilidad de Héctor Timerman, el kirchnerismo acostumbra a golpear varias bolas con un solo golpe: cuando negocia no emula a un ajedrecista, sino a un jugador de billar. 
El "perdido por perdido" ya forma parte de la única estrategia vigente de un Gobierno que sostiene que como la causa judicial está estancada desde hace 19 años, mejor le pedimos al acusado que nos diga la verdad: total no tenemos nada para perder. Es más, hace también 19 años que nuestros políticos no consiguen cumplir con la cláusula transitoria sexta de la Constitución, que les exigía dictar una ley de coparticipación federal, por ejemplo. 
Con el perdido por perdido, también podría dictarse un decreto que diga que a los impuestos los reparte el presidente como mejor le place. Algo similar se podría pensar para "destrabar" otras morosidades traumáticas, como el Riachuelo, los juicios por jurados, la inseguridad y, por qué no, la pobreza. 
Ideas puede haber muchas, pero la peligrosidad de las mismas es directamente proporcional a la liviandad del cerebro que las pergueña.

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