jueves, 28 de febrero de 2013

Cuando la inflación no tiene dueño

Por Ariel Torres




Recuerdo allá por el año 2005 la relación entre Néstor Kichner y su ministro de Economía, Roberto Lavagna se había tensado a punto tal, que semanas después sería reemplazado por Felisa Miceli. La inflación ya mostraba niveles de dos dígitos, y duplicaba a la del año anterior.
Por esos días, en Mar del Plata, se aprestaba a iniciarse el Coloquio de IDEA, y en ese contexto fue que una expresión del supermercadista Alfredo Coto se encontró con una dura respuesta de Néstor Kirchner: "Alfredo: yo lo conozco muy bien a usted y sé cómo trabaja sobre los bolsillos de los argentinos... se ve que ya está pensando como recuperar ese 12% de inflación y tener más rentabilidad".
Semejante "reprimenda" fue acompañada por una "instrucción política" de no asistir al coloquio. A partir de eso, una enorme cantidad de funcionarios que ya se encontraban en la ciudad decidieron emprender el regreso. Recuerdo aún una infidencia de uno de ellos que, quizás para autoconvencerse o autojustificarse, sostuvo: "Néstor tiene razón, porque ¿qué es la inflación? Empresarios subiendo los precios".
Nada más falaz e incompleto que esa explicación, que no sólo es demostrativa del influjo que Néstor ejercía sobre el resto del arco político sino también del poder que los relatos sencillos y conspirativos tienen a la hora de persuadir. Si aceptamos que los empresarios suben los precios porque se les antoja sin efecto alguno de políticas públicas, entonces habría que admitir también la irrelevancia del Gobierno en otras cuestiones. Es decir, si los precios suben porque lo determinan los empresarios entonces también la economía produce más porque, junto con los trabajadores, los empresarios así lo deciden, con prescindencia de las acciones llevadas a cabo desde la administración pública. Es como mínimo contradictorio que un gobierno que se arroga el mérito de crecer a tasas altas, deslinde su culpa por la inflación.
De todas maneras, quienes no quieren cargar contra las autoridades sostienen que el problema es la falta de competencia y el poder de mercado de las grandes empresas, que tienen la capacidad de establecer el precio que se les ocurre para sus productos. Lamentablemente eso sólo sirve para explicar por qué los precios de ciertos bienes o servicios pueden ser más altos que los preponderantes en otros países, pero no para explicar por qué suben a un ritmo más acelerado.
Pongámoslo de manera más simple y llana. Si en un determinado sector de la economía hay 1001 productores que elaboran 1000 unidades de un mismo bien cada uno, y al último de ellos se le ocurre poner un precio más elevado que el resto, es fácil reemplazar lo que produce y desplazarlo. Sólo hace falta que cada uno de los restantes fabricantes produzca una unidad adicional, que equivale a apenas el uno por mil de su capacidad productiva. La situación cambia radicalmente si un sólo productor elabora el 80% del total. Reemplazarlo cuando sube los precios es imposible en lo inmediato porque cada uno de los restantes debería cuadruplicar lo que fabrica, y la capacidad instalada no alcanzaría.
El ejemplo sirve para detectar que el productor grande puede usar esa ventaja para establecer un precio más alto (entre otras cosas). Pero ello no tiene nada que ver con la inflación porque aún no basta para explicar por qué los precios suben todos los meses. Para peor, si el único causante de la inflación es el poder de mercado y hoy la inflación es mucho más alta que hace diez años, habría que reconocer que la administración K ayudó a aumentar mucho la concentración en la economía. 
Cortina de humo aparte, las causas de la inflación que padece nuestro país están más que claras, desde algún tiempo: el continuo y agravado desatino en las políticas fiscal y monetaria que el Gobierno se resiste a corregir. Ello no quiere decir que en nuestra cultura empresarial no exista mayor propensión que en otras a subir los precios. Sin embargo, los motivos son muy distintos a los esbozados y tienen que ver con la gran volatilidad de nuestra economía. Así, cuando las cosas van bien, en lugar de focalizarse en ampliar mercado o en el futuro, los empresarios argentinos quieren asegurar sus ganancias antes de que tenga lugar la próxima crisis, y suben los precios. 
No podemos culparlos. Los ciclos de nuestra economía los han golpeado lo suficiente como para tener esa gimnasia corrupta. Para corregir ese comportamiento las recetas no son congelamientos sino políticas responsables que hagan que la economía transite por un sendero de progreso sostenible. Y eso requiere abandonar el populismo de subordinar siempre el largo plazo al corto plazo.
O lo que es lo mismo, siempre la vista puesta en un único árbol, ignorando el bosque.


miércoles, 20 de febrero de 2013

La política como en una mesa de pool


Por Ariel Torres

Ustedes -los pocos que me leen- saben que lo mío es la Economía, ya veces paseo o sobrevuelo la política, porque es inevitable no hacerlo. Esta es una de esas ocasiones en que no puede dejar de opinar sobre dos temas que demuestran una vez más, la clase de dirigentes que nos gobiernan. 
Mucho se ha dicho sobre que en el acuerdo con Irán hay gato encerrado, y ésto -qué paradoja- hace las veces de soplo de aire debajo de las alas del Gobierno. Mientras sobreviva la duda, mientras creamos que lo pactado esconde secretos repujados con la proverbial astucia kirchnerista, sentiremos que toda evaluación que hagamos del memorándum suscripto en Etiopía será incompleta. No se entiende en la mente del común mortal, el hecho de que nuestro Poder Ejecutivo haya decidido brindarle en forma gratuita un servicio de blanqueo internacional al régimen teocrático al que nuestra justicia le imputa la autoría de una masacre.
Está clarísimo ya hace bastante, que el gobierno kirchnerista no es fanático de los acuerdos -en todo caso entiende de confrontaciones como nadie-, pero este mes se dispuso a recuperar el tiempo perdido e hizo dos acuerdos de un manotazo; uno con el régimen iraní, llamémoslo el acusado, para que nos revele la verdad de lo que sucedió con la AMIA, y el otro con los hipermercados, para controlar la inflación en un país que no la tiene (si la tuviera, explicó la Presidenta en Georgetown, todo estallaría por los aires). Cuac!
Los hipermercados que cobran caro el tomate redondo larga vida o la nalga cortada para milanesa no son de la misma calaña que los antisemitas que gobiernan Irán, a quienes -entre otras cosas- les gustaría hacer desaparecer a Israel; pero la contraparte es la misma, una presidenta de fuerte personalidad, proclive a estrategias complejas. Es posible pensar que su forma de negociar repite patrones en asuntos diversos. Se instala la sorpresa, pero sobre todo con la ambigüedad. El detalle de lo que se pacta no es para cualquiera, rasgo que tal vez derive del concepto paternalista del poder. La ambigüedad es funcional al entendimiento de que en la parte de abajo de la mesa se arreglan algunos aspectos relevantes, y es igualmente legítima. 
Aquellos que creen que el tema del acuerdo de precios son los precios y nada más, estarán pendientes del día 61 para saber si la medida fue eficaz o fracasó, pero para un gobierno que considera que el enemigo número uno no es la inflación sino los medios, lo "acordado" debajo de la mesa ya es ganancia. El objetivo colateral de perjudicar a los diarios críticos mediante la fulminación de la publicidad de supermercados, cláusula no escrita, pero cuyo cumplimiento verifica cualquiera, cumplió con lo que realmente se pretendía. Sea con los modales barrabravescos de Guillermo Moreno o con la hipócrita amabilidad de Héctor Timerman, el kirchnerismo acostumbra a golpear varias bolas con un solo golpe: cuando negocia no emula a un ajedrecista, sino a un jugador de billar. 
El "perdido por perdido" ya forma parte de la única estrategia vigente de un Gobierno que sostiene que como la causa judicial está estancada desde hace 19 años, mejor le pedimos al acusado que nos diga la verdad: total no tenemos nada para perder. Es más, hace también 19 años que nuestros políticos no consiguen cumplir con la cláusula transitoria sexta de la Constitución, que les exigía dictar una ley de coparticipación federal, por ejemplo. 
Con el perdido por perdido, también podría dictarse un decreto que diga que a los impuestos los reparte el presidente como mejor le place. Algo similar se podría pensar para "destrabar" otras morosidades traumáticas, como el Riachuelo, los juicios por jurados, la inseguridad y, por qué no, la pobreza. 
Ideas puede haber muchas, pero la peligrosidad de las mismas es directamente proporcional a la liviandad del cerebro que las pergueña.

viernes, 1 de febrero de 2013

EL COSTO DE TENER UNA MONEDA SIN VALOR


Por Ariel Torres

Si los que nos dirigen se tomaran el trabajo de leer algo de historia de la moneda, advertirían que no ha sido un invento caprichoso de los gobiernos ni de nadie en particular. Fue una necesidad de la gente. Descubrieron que en vez de hacer trueque, es decir, cambiar trigo por carne, era más conveniente utilizar alguna mercadería que fuera universalmente aceptada. Es decir, la gente descubrió los beneficios del intercambio indirecto utilizando alguna mercadería como medio de intercambio.

Lo he explicado en alguna oportunidad: la moneda es como una autopista que permite agilizar las transacciones. Un profesor de historia le da clases a quienes desean saber sobre la disciplina, recibe como pago moneda y con ella compra la cantidad de pan que desea sin necesidad de buscar algún panadero que quiera tomar clases y le entregue 20 kilos de pan por las clases.

El primer dato a tener en cuenta es que la moneda no es un invento de los gobiernos sino que es un descubrimiento del mercado para agilizar las transacciones. En segundo lugar, la moneda tiene que cumplir dos requisitos básicos: a) ser aceptada ampliamente como medio de intercambio y b) ser reserva de valor. Una barra de hielo o un helado de dulce de leche no servirían como reserva de valor. Se derriten rápidamente.

Como buen ejemplo, podemos tomar el caso de la barra de hielo: el que la recibe al final tendría mucho menos hielo que el que la recibió primero. Pues bien, esto es lo que pasa con el peso. Se derrite como una barra de hielo por la emisión monetaria que genera el Banco Central. Por lo tanto, cuando el BCRA emite para financiar al tesoro, los primeros en recibir esos pesos todavía no sufrieron el impacto de la inflación, pero a medida que esos pesos van circulando los últimos en recibirlos pierden poder de compra. Si la barra de hielo pesaba 5 kilos, el que la recibe al final tiene una barra de hielo de 1 kilo y puede comprar menos que el que la recibió primero con los 5 kilos. Por eso el Gobierno se beneficia con la inflación durante un tiempo, aunque no lo diga. Porque es el que emite moneda en forma monopólica.

Lo anterior sirve para darse cuenta que la gente huiría de la barra de hielo antes que pierda peso. En economía eso se llama huir del dinero. La gente se saca de encima los pesos rápidamente porque sabe que si los conserva se derriten como una barra de hielo y podrá comprar menos bienes con el transcurso del tiempo. Si en una economía se intentara usar las barras de hielo como moneda, al poco tiempo volverían al trueque porque no cumpliría con la función de reserva de valor. Y, al volver al trueque, la economía perdería productividad. Eso es lo que está pasando con el peso. Es una barra de hielo que se derrite rápidamente, trabando las transacciones de largo plazo e impidiendo hacer cálculo económico (estimar la rentabilidad de una inversión). Pero como tampoco sirve como reserva de valor para ahorrar, no hay crédito, siendo que el crédito es el ingreso no consumido. Cuando hay inflación, la gente ahorra en bienes que le permitan refugiarse de la misma, o en dólares, no ahorra en barras de hielo.

Sin crédito, no hay inversiones de largo plazo que permitan aumentar la productividad y la cantidad de puestos de trabajo, y la economía retrocede.
Mientras el Gobierno siga creyendo que pude emitir a tasas del 40% anual sin que nada pase, la situación tenderá a agravarse. Es más, mientras en el Gobierno crean que el ahorro se puede emitir, en vez de generar, el problema será cada vez mayor.

Es claro entonces que no debe sorprender que la economía argentina entre en un proceso de recesión con inflación. Podrán emitir todo lo que quieran, pero ya no van a reactivar la economía al estilo keynesiano porque la gente huye del peso. Solo generarán más inflación, mayor distorsión de precios relativos y más trabas al proceso económico, a pesar de la pesificación forzada que quisieron imponer. Claro que para tener de nuevo una moneda que agilice las transacciones al igual que una autopista agiliza el tránsito, primero la gente del Gobierno tiene que olvidarse del relato del mundo maravilloso que nos quieren vender y poner los pies sobre la tierra.

Si –por el contrario y como vemos diariamente- optan por seguir con el relato del modelo y negar la realidad, el efecto que causarán será el de poner la barra de hielo en la terraza del edificio con 38 grados de temperatura, es decir, acelerar la inflación, trabar la economía y hacer que el Blue no vea su techo en el corto plazo.