viernes, 28 de diciembre de 2012

El poder de la Red Social, en ciudadanos sociales

Por Ariel Torres




En ocasiones me tomo mi tiempo para hacer algunos análisis. En este caso, el tiempo ha sido prolífico para una segunda y más rica remembranza acerca de un hecho que considero vital en la vida de mis connacionales, en este 2012. Me refiero a lo que varios políticos declararon: "la convocatoria fue una sorpresa". Esto fue la noche del 13 de septiembre de 2012, el día en que Internet le dio una bofetada a la clase dirigente argentina y la dejó sin palabras. O, más bien, con una sola y sintomática palabra: sorpresa. La explicación de por qué los sectores más poderosos de nuestro país (lo que excede largamente a la política, porque el fenómeno atraviesa toda nuestra vida cotidiana) no habían podido anticipar la clase de fenómeno que puede gestarse desde las redes sociales es bastante compleja, pero arranca con no haber advertido las señales a tiempo. 
A mediados de 2011 la Argentina estaba segunda en la lista de las naciones cuyos habitantes pasan más tiempo en las redes sociales. Con 10,7 horas promedio mensuales por visitante, nuestro país se encontraba a un paso del puntero, Israel, con 11,1 horas, y muy por encima del promedio global, de 5,7 horas. Esta señal -un formidable vaticinio del impacto que tendrían Facebook y Twitter en la política argentina durante los siguientes 12 meses- apareció en el radar de ComScore, una compañía que se dedica al análisis de Internet, en diciembre del año último, como parte de un informe público sugestivamente titulado "Es un mundo social". Además, el estudio revelaba otras tres tendencias que es oportuno mencionar aquí.
Lo más distintivo y unívoco, es que las redes sociales se habían convertido en la actividad más importante de Internet. A continuación, que el microblogging (es decir, Twitter) se había transformado en "una nueva fuerza disruptiva en las redes sociales" (ergo, en Internet; ergo, en el mundo). Y tras cartón, destacaba el impulso adicional que los teléfonos móviles estaban dándole al tsunami social que inundaba Internet con marejada imparable.
Pude acceder, investigando, a los resultados de la nueva encuesta de ComScore sobre redes sociales, de octubre de este año. Ya no estamos segundos. Ahora, la Argentina ocupa el primer lugar en el mundo en tiempo consumido en las redes sociales (Estados Unidos está en el puesto 16). Podría decirse que, en general, los latinoamericanos somos muy comunicativos y sociables, lo que se refleja en el promedio de 8,3 horas por persona en la región. Aún así, nuestro país está casi dos horas por encima de ese valor. Permanece en 10,1 horas.
Aún así, a pesar de que la Argentina es uno de los países con más penetración de Internet en la región, pese a que tiene la tasa más alta de teléfonos móviles capaces de usar redes sociales (smartphones socialphones ) en América latina y pese a ser el país del mundo que más horas pasa en las redes sociales, la convocatoria del 13-S sorprendió a la clase política.
Y sigue sin estar en la agenda política.
LAS IMPERFECCIONES INEVITABLES
Es un síntoma en la clase política de nuestro país, que no sólo los temas de las tecnologías de información y telecomunicaciones siguen siendo un asunto que se delega al experto, lejos de la agenda caliente, sino también de que las rotundas advertencias del #13S y el #8N siguen sin ser percibidas como relevantes. En el fondo, y este fenómeno ocurre en todo el mundo, la clase dirigente está decidida a ignorar Internet. Es comprensible: la lógica de la política tal como la conocemos no puede procesar Internet, no tiene instrumentos para integrarla a su discurso, excepto como alguna clase de anomalía pasajera. ¿Por qué? Porque uno de sus axiomas es que la cantidad de poder que posee cada ciudadano es pequeña y está encapsulada, es decir, no puede articularse ni organizarse, excepto por medio de los aparatos partidarios.
Pero, debido a la aparición de computadoras económicas y portátiles y a la irrupción de Internet, el axioma ya no se cumple, o al menos no se cumple con igual consistencia. Hoy una parte sustancial de la ciudadanía lleva en el bolsillo más poder de cómputo que el que existía en todo el planeta a fines de la Segunda Guerra Mundial. Por añadidura, puede comunicarse prácticamente sin fronteras a costos irrisorios. Como ocurre con cualquier sistema de pensamiento, cuando algún axioma falla, todo el sistema falla. El primer síntoma es la confusión y la imposibilidad de prever. Nadie previó el 13-S. Muchos dudaron de que se repitiera en ocasión del 8-N. Ni propios ni ajenos pudieron hacer que sus manuales funcionaran. Esta confusión trasciende toda ideología.
De allí que algunas explicaciones resultaron no menos delirantes. Por ejemplo, muchos creyeron ver en las convocatorias del 13-S y el 8-N el resurgimiento de la "antipolítica". Falso: las consignas de ambas marchas solicitaban en realidad más y mejor política. Pero parece que este nuevo orden de cosas en el que el ciudadano tiene más poder y puede articularlo fácilmente debe calificarse de anomalía (el 13-S está bien, pero no se va a repetir) o descalificárselo sin más (se viene la antipolítica).
NUESTRAS MEJORES Y PEORES EXPRESIONES
El hecho de que los argentinos aparezcamos en el tope de los pueblos que participan en esta movida no es tampoco una sorpresa. Los que vienen siguiendo las estadísticas de Internet saben que siempre fuimos extraordinariamente activos en la Red, en particular al crear contenidos y publicar blogs. Nuestros productos web están entre los mejores del mundo. Somos uno de los países con más cuentas de Hotmail y Gmail. Desde luego, cuando aparecieron Facebook y Twitter, abrazamos las nuevas formas de comunicación con nuestro tradicional desenfado y entusiasmo. 
La transversalidad de las redes sociales está presente también en la forma en que usamos estos servicios. Con esa facilidad que nos caracteriza para abrirnos al otro, publicamos desde profundas reflexiones sobre filosofía, paternidad, salud o política hasta lo que estamos comiendo, incluyendo, claro está, la apetitosa foto. Como en una reunión familiar, todo es excusa para el comentario y el retruécano. 
Hacernos callar no parece la mejor idea del mundo, eso se cae de su peso. Las redes sociales, en particular Twitter, se articulan de una manera casi perfecta, sin fisuras, con lo mejor que tenemos. Pero también con lo peor. Y no me refiero al horrísono humor negro del que somos perpetuos cultores (y del que me confieso admirador, muy a mi pesar), sino a la intolerancia de la que solemos hacer gala.
Las sangrientas batallas en Twitter y Facebook, muchas veces sazonadas por las tristemente obvias acciones de operadores oficialistas, se evitarían si nos diéramos cuenta de que en toda discusión casi siempre ambos contendientes tienen una parte de la razón, y que la verdad, siempre es sinfónica. Es algo que tenemos que aprender como nación y que en Twitter se ve a menudo. Se nos halla tan amigueros como divididos. 
Una paradoja que nos pinta de cuerpo entero. Pero estamos siendo, cuanto menos, auténticos. En un mundo social, resultamos ser los que más tiempo pasamos socializando. Lógico.


jueves, 20 de diciembre de 2012

Desvaríos Políticos Navideños


Por Ariel Torres

Recuerdo el 25 de mayo de 1989 en la Plaza de los dos Congresos. Se inauguraba el último período de sesiones legislativas de la presidencia de Raúl Alfonsín. En las elecciones del 14 de mayo había triunfado Carlos Menem contra el candidato radical, Eduardo Angeloz, y debía asumir el 10 de diciembre, pero la transición se adelantó y finalmente el riojano se instaló en la Casa Rosada el 8 de julio. Aquel 25 de mayo, cuando Alfonsín, el derrotado, llegaba para pronunciar su último discurso ante la Legislatura nacional, la plaza estaba desierta. Ni siquiera fueron los más fieles partidarios del hombre de Chascomús.
Allí, bajo la tenue llovizna del otoño porteño, un granadero, un vendedor de banderitas y algunas personas más vieron llegar la limusina negra que subió por la rampa. Sólo había silencio, ausencia.
Poco menos de seis años antes todo había sido entusiasmo, esperanza, festejo. Durante sus últimas jornadas en el poder, Alfonsín ya no pudo trazar grandes planes, tuvo que gestionar lo cotidiano. Ya vivía en la historia más que en el presente. Y vivir en la historia no es para todos. El último tramo de su gobierno fue un páramo. Lo abandonaron los oportunistas, se disolvió la parafernalia que acompañaba al poder.
Ricardo Alfonsín volvió al llano, vivió con austeridad, retomó su vida política, tuvo momentos buenos (cuando sufrió un accidente de auto, la sociedad demostró cuánto lo quería) y momentos cuestionados (el pacto de Olivos, que firmó con Menem). Finalmente, Alfonsín se murió y ahora será el tiempo, ese rostro impenetrable que llamamos historia, quien dirá la palabra final, con la ambigüedad que lo caracteriza, sobre el hombre, el político y su época.
Por estos días, CFK, nuestra ilustre inquilina de Olivos, parece que no acepta este futuro inevitable y se revuelve, incomodísima, contra él. Declaró una batalla final, el 7-D, en la que involucró a todo el gobierno y a sus seguidores en un hecho que no dependía ni de ella ni de los espacios que maneja. Tal como está planteada en este momento, la reforma al régimen de la concesión y explotación de los medios audiovisuales (ley de prensa) se ha judicializado, convirtiéndose en un laberinto jurídico del que no se sabe su final.
Me pregunto si en algún punto todo eso era inevitable: no tengo respuesta. Posiblemente lo haya sido. En todo caso, el Gobierno pretendió lo imposible: transformar la disputa técnico-legal en una epopeya popular. Convertir bizantinas discusiones especializadas en una cruzada. Lo que debió ser una cirugía sobre los privilegios de ciertos multimedios fue convertido por el Gobierno en una batalla darwiniana por la supervivencia. El grupo Clarín se abroqueló en su diario emblema. Pero las batallas a todo o nada son peligrosas, porque si el adversario sobrevive, si no es eliminado de entrada, se fortalece. Lo decían nuestros abuelos: lo que no mata, engorda. El diario Clarín, como portaaviones del grupo, tendrá muchos defectos, pero no se puede desconocer que además de ser un diario es ya un hábito porteño. Cada día, en esa urna que es el quiosco, Clarín sobrevive airosamente, aun cuando, como todos los diarios del mundo, vive en un momento de crisis en el que se duda sobre la supervivencia del formato en sí.
Ponerle a Clarín el sayo de demonio, mostró los estragos que produce el sectarismo. Quisieron aplastarlo sin tener en cuenta aquel adagio de un viejo estratega como fue Napoleón: "No se puede luchar bien contra algo que no se conoce". En su búsqueda frenética de enemigos con los que confrontar, eligieron un diario sin advertir que un diario no es sólo su dueño ni sus gerentes, sino también sus lectores.
Probablemente CFK que nadie soportaría la magnitud de las presiones que desató el Gobierno contra los jueces que intervinieron en el asunto Clarín. La obsesión y el desmesurado personalismo de la Presidenta la conducen a veces al desvarío. Pretender comparar a la Corte Suprema que en 1930 convalidó un golpe de Estado, con esta Corte que se limita a revisar la constitucionalidad de una ley, es como mínimo, temerario. Si le negamos esta función al Poder Judicial, para qué permitimos su existencia? Párrafo aparte para el lenguaje cloacal conque Abal Medina se refirió a los jueces.
No descubro nada si digo que el kirchnerismo es una construcción política vertical, que depende de una jefatura personalizada y sin recambios. Por lo tanto, le es indispensable la re-reeleción. Pero para conseguirla necesita ganar las elecciones parlamentarias de 2013 por cifras muy amplias. No parece ir por buen camino si un día se pelea con la clase media, al día siguiente con los sindicatos, luego con los jubilados, a los que insulta llamándoles buitres y caranchos, y, tras denigrar a los maestros, finalmente sataniza a los jueces que integran un Poder Judicial que hasta ayer nomás era uno de los más preciados floreros de este mismo gobierno.
Es este el mismo oficialismo que vive contando sus virtudes. Nos harta con cadenas nacionales y spots de dudoso gusto con lo que ha hecho bien: reivindicó los derechos humanos, juzgó a los militares genocidas, otorgó la asignación por hijo, desmanteló la indigna Corte Suprema anterior, en la que el presidente Menem había colocado a incondicionales, entre ellos su propio socio en un estudio jurídico. Néstor nombró a jueces prestigiosos e inmediatamente se vanaglorió de esa Corte, decisión que todos los opositores le reconocimos siempre. Ahora resulta que porque esos juristas probos no quieren seguir los pasos que personalmente les marca CFK, han pasado de ser hombres y mujeres probos a ser destituyentes y alzados, poco menos que forajidos.
Habrá muchos jueces que se intimiden ante las presiones y consientan, pero otros no lo hacen. Los jueces no viven en un invernadero, son seres de carne y hueso y si por eso son débiles (o humanos) también escuchan las voces de la sociedad, y no son inmunes al debate, aunque se desempeñen en un mundo, el del derecho, altamente abstracto.
Este gobierno quiso construir con la imagen de Thomas Griesa, un estereotipo de juez: un anciano retrógrado y cruel, un punto sádico. Pero esa imagen pesadillesca tenía una finalidad persecutoria. Estaba destinada a asustar a jueces reales, que en muchos casos no tienen nada que ver con el provecto magistrado del estado de Nueva York. El Gobierno terminó encerrado en sus prejuicios sobre ese Frankenstein judicial que había creado. Los impresentables jueces tucumanos que fallaron el caso de Marita Verón no fueron presentados como lo que son, una excrecencia del feudalismo provinciano, columna vertebral del kirchnerismo, sino como una representación genérica de la justicia argentina.
Nada más alejado de la realidad.
Volviendo al tema de la reforma a los espacios audiovisuales, convengamos que bien podría haber sido acompañada por una mayoría social en la medida que la sociedad se convenciera de que se la aplica con buena fe. Pero el Gobierno pretende golpear con ella en el cuerpo de un solo multimedios que -convenientemente- hoy es crítico del poder.
Y es en este punto donde se instala la sospecha. En la Argentina, país tantas veces defraudado, la sospecha es como el aire que se respira. Esas casualidades no pueden pasar inadvertidas.
Le dejaron el camino llano a los perjudicados para que alegaran amenaza a la libertad de expresión. Así, se entabla un diálogo de sordos. Es cierto que en la Argentina, con ciertos límites, rige la libertad de expresión, pero no es algo de lo que este Gobierno pueda jactarse. La libertad de expresión es un derecho que conquistamos todos los argentinos, pagando muy caro por ello. Nadie puede proclamar que esa libertad es una concesión graciosa, ni jactarse por ella. El Gobierno es esclavo de esa libertad, y su función como Estado es preservarla, aunque beneficie a sus adversarios.
Lo demás es astucia, esa módica virtud argentina en la que Néstor Kirchner tanto se destacaba, al parecer sin dejar una descendencia a su altura.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Un mañana sin mañana

Por Ariel Torres




Últimamente, no son muchas las ocasiones en las que uno se siente positivo con respecto al futuro de la Argentina. Da la impresión, mirando las noticias recientes, de que es una apuesta, como mínimo, alocada. Sin embargo, probablemente no lo sea. Para contestar esa pregunta no hay que mirar los hechos que están madurando hoy, producto de causas anteriores, sino la semilla de los hechos futuros, que yace en los comportamientos incipientes de la sociedad de hoy. La trampa del espejo retrovisor, es exactamente eso: cuidarse de no extrapolar al futuro, de manera indebida, lo que viene o ha venido ocurriendo. Es decir, cuidarse de no ver los hechos que estamos dejando atrás mientras intentamos vislumbrar lo que se viene.
Nuestro país pareció haber tocado fondo allá por el 2002, tanto en su economía como en su situación social. Su situación institucional, en cambio, se ha ido deteriorando dramáticamente hasta llegar a la situación actual. Entre otras cosas, estamos al borde de un conflicto de poderes. La Justicia está siendo avasallada y el Poder Ejecutivo ha declarado una especie de guerra contra el Poder Judicial, uno de los pilares de cualquier gobernabilidad institucional. Aunque el clima actual tiene enormes diferencias con el de 2002, tiene también alguna semejanza, sólo que ahora la percepción es que lo institucional está en situación terminal. De hecho, el "vamos por todo" es la perfecta inscripción para una lápida de la institucionalidad.

El término “institucionalidad” –por estos días- carece de entidad, tanto que parece que se habla de algo abstracto. Es como considerar que los cimientos de un edificio son más abstractos que las terminaciones o las aberturas. Nada hay más concreto que los efectos de la nula transparencia de la acción del Estado, de la ausencia de rendición de cuentas de los recursos públicos, de la discrecionalidad y de la corrupción, de la falta de respeto a la ley y de un gobierno que, como una garrapata, se fortalece a medida que debilita al Estado. O, puesto en su lenguaje, que derrite los fierros institucionales. Probablemente la madurez de la vida en común en un país esté en directa correlación con la creciente comprensión de lo institucional como algo absolutamente concreto.
Poniéndolo en contexto, así como la Argentina parece haber tocado fondo en términos sociales y económicos a principios de siglo, hay signos concurrentes de que podría estar tocando fondo en esta zona también. El año 2002 era el momento para tornarse positivo sobre la recuperación económica y social del país, aunque fuera impensable y el contexto fuera desastroso. Qué chances de no ser tomado como un a fantasía tenía un pronóstico de crecimiento a tasas chinas y una recuperación dramática de la situación social? Para ponerlo en una imagen, si los valores institucionales fueran una acción de la bolsa de comercio, podría ser el momento de invertir en ellos.
El concepto republicano, además de democrático, tiene sentido para proteger a los ciudadanos de los abusos de poder. Esto ha funcionado en la práctica en estos días y es un primer buen signo hacia el futuro: los límites que la Cámara de Apelaciones y la Corte Suprema han puesto en el caso Clarín ante la prepotencia oficial. Uno ha comenzado a acostumbrarse, pero si retrocedemos un poco, es sorprendente esta especie de guerra santa, este edicto librado por el gobierno de un país para ejercer el acoso contra uno de sus integrantes. De quien hasta hace algunos años era un socio que obtenía las primicias del Gobierno y que obtenía también la gracia de tener la aprobación de la fusión entre Multicanal y Cablevisión en otro 7-D.

Pero esta inconsistencia, como decenas de otras, es inocua en la Argentina, porque así como está suspendida la rendición de cuentas en otras áreas, está también suspendida la rendición de cuentas frente al principio de no contradicción. Lo que también sorprende en esta extraña forma de teocracia laica, en la cual el relato es el texto sagrado cuya profanación exige el castigo, son los acólitos acríticos que se suman, sin matices y sin voluntad de distinguir lo que se hace bien de lo que no. Acólitos que no dudarían ni un instante en arrojar objetos hacia arriba si saliera un decreto derogando la ley de gravedad.
Siguiendo con esta línea de pensamiento, a los signos que pueden ser tomados como una semilla de reversión pueden adicionarse la percepción de un fin de ciclo político ligado a la improbabilidad creciente de que la Presidenta pueda ser reelegida, a partir de encuestas de aprobación descendentes. Se observa una reacción en las declaraciones de los jueces y en cierta unión de la oposición. Y fuimos testigos de una inédita y masiva reacción de malestar de la población en las manifestaciones del 13-S y 8-N, que se hicieron para reclamar valores de orden mucho más abstracto que los del bolsillo, como la libertad o la justicia, sin dejar de estar presente un hartazgo ante el clima de maltrato e inseguridad.
Cabe destacar que, frente al nivel de problemas que enfrentamos, tanto el optimismo como el pesimismo, como dijera Heidegger en otro contexto, son actitudes pueriles. Lo único que nos salva es la acción. Sin embargo, existe una forma de la positividad con el futuro que no es una ensoñación boba, ni una plegaria, sino la capacidad de detectar los puntos de reversión de las situaciones para actuar sobre ellos. Existe una forma positiva de mirar hacia adelante que no es la espera de que el mañana de por sí nos traiga algo mejor, sino que supone la construcción de ese mañana.
Estamos asistiendo a un clima de cruzadas, de blasfemias y de autohipnosis. Vivimos en un estado de simulación crítica, donde parece que está todo siendo cuestionado, pero en la práctica estamos en una situación completamente acrítica, que parte de la incapacidad de detenernos en los matices, cosa válida tanto para los K como para los anti K. Hemos retrocedido al uso dogmático de la razón, que pretende haberse adueñado de ciertas verdades trascendentes con las que se fumiga a nuestros oponentes. De allí la extrema banalización del debate, que se ha convertido en un contraste de hinchadas que defienden colores más que razones y a las que les queda como recurso el de tomárselas con los árbitros. No ajeno a lo que hacen las barras bravas, también se amenaza a los jueces con alojarlos en una zona desfavorecida del relato, homologándolos con la Corte de los años 30. Inmensa manipulación semántica de quienes no pueden tolerar ver sus deseos contrariados.
Claro que se puede ser más ingenuos y caer más hondo: es sólo un tema de probabilidades. En eso hay ejemplos, como el caso de Fujimori, en el cual se disolvió, mediante un autogolpe del presidente, el Congreso, a la vez que se intervino el Poder Judicial y se tomaron los medios de comunicación. Pero para asignar probabilidades lo más relevante es detectar cuándo comienzan los indicios de reacción, los límites que impiden descender aún más y que preparan un rebote.
No es de extrañar, como modalidad compensatoria de la comprensión de la política como guerra, que desemboquemos en una especial forma de cuidado del diálogo en el futuro. Porque las posiciones extremas condenan a un movimiento pendular y siembran la semilla de su opuesto. Del mismo modo como fue el Gobierno el que sembró las semillas de su propia erosión, siguiendo la máxima china, y no sólo sus tasas: todo lo que llega a su apogeo, se deteriora. En cualquier caso, la brecha entre el desarrollo económico y social frente al institucional no resiste demasiado y en algún momento tenderá a cerrarse.
Puede que lo haga por deterioro de lo primero, pero la Argentina está dando muestras incipientes de no querer dejar de hacerlo por mejora de lo segundo.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

No mejora el humor macro, mucho menos el micro...


Por Ariel Torres
Las expectativas económicas de los argentinos se mantuvieron estancadas en noviembre pasado y no mejoraron, pese al anuncio presidencial de exceptuar la segunda cuota del aguinaldo, del pago del impuesto a las ganancias de 4ta. categoría.
CFK ganó las elecciones en octubre de 2011 con un récord de expectativas optimistas, pero, de inmediato, con las restricciones cambiarias, los anuncios de reducciones de subsidios a las tarifas y las restricciones a las importaciones, comenzó la baja y en sólo un año cayeron 18,7 por ciento. En noviembre pasado se mantuvieron casi en el mismo nivel. Con todo, el indicador se encuentra 31,6% por encima del punto de mayor pesimismo, registrado en abril de 2009, en medio de la recesión, la sequía y luego de la crisis con el campo.

En noviembre hubo mínimos cambios respecto de octubre: una leve mejora en la evaluación de la situación presente y un pequeño deterioro en lo que se espera para los próximos seis meses. También empeoró la evaluación del momento para comprar electrodomésticos. El IGEE promedio retrocedió mínimamente: 0,6 por ciento.
Ni siquiera la exención de Ganancias sobre el medio aguinaldo para los salarios de hasta $ 25.000 parece haber mejorado el humor ciudadano a la hora de evaluar la economía. La presidenta Cristina Kirchner hizo el anuncio el 14 de noviembre y el relevamiento de la encuesta comenzó al día siguiente, con alcance nacional, y finalizó el 26 del mismo mes.
Las expectativas han estado en baja casi todos los meses desde la reelección de Cristina Kirchner y la tendencia no se ha modificado ni siquiera en los meses en que el Gobierno adoptó medidas que contaban con amplias simpatías ciudadanas, como la reestatización del paquete accionario de control de YPF.
En octubre de 2011, el 38% de los consultados creía que la situación económica era buena o muy buena, pero en noviembre de este año el registro cayó a menos de la mitad: 17%. Los pesimistas eran entonces el 17% y el mes pasado llegaron al 43 por ciento.
Si la evaluación de la situación actual mejoró el 1,2% respecto de octubre fue porque algo aumentó el optimismo respecto del mercado laboral. Como las opiniones negativas son más altas en la Capital Federal, es probable que las tareas agrícolas de la siembra de maíz y soja tengan alguna incidencia, pero el trabajo no lo menciona.

De todas formas, el 41% de los encuestados continúa opinando que hay pocos o muy pocos puestos disponibles. En octubre de 2011 sólo el 26% pensaba así.
Y si se trata de comprar electrodomésticos, el 35% creía que era un buen momento cuando Cristina Kirchner fue reelecta. Pero 13 meses más tarde sólo el 24% contestó así. Los que en octubre de 2011 pensaban que era mal momento sumaban sólo el 21%, pero en noviembre pasado llegaron al 39 por ciento.

Cuando CFK logró la reelección, el 30% de los consultados esperaba que en los próximos seis meses aumentaría el ingreso familiar, pero ahora son sólo el 20 por ciento. Los que esperaban un recorte de ingresos eran apenas el 6%, pero en octubre último llegaron al triple: 18%, y en noviembre se mantuvieron allí.
Uno de cada tres argentinos (67%) continúa opinando que en los últimos doce meses los precios aumentaron mucho. Es un nivel muy alto, pero el mayor registro fue el de abril de 2008, con el 87 por ciento. Desde 2007 los encuestados que creen que los precios suben mucho no bajan del 64%. Y como ése es el año en que comenzaron las manipulaciones con las mediciones del Indec, pareciera que la destrucción de las estadísticas públicas no ha servido para engañar a la población.
La encuesta también encuentra que la mala evaluación respecto del presente es mayor en los sectores medios y bajos, contra la teoría gubernamental de que las protestas, como los cacerolazos, son producto del fastidio de las clases altas. También en los sectores bajos es mayor la proporción de quienes dicen que no es buen momento para comprar electrodomésticos.
El mayor pesimismo acerca de cómo evolucionarán las variables económicas en los próximos meses se encuentra entre los universitarios y en los residentes en la Capital Federal.
La evolución de las expectativas parece repetir en el segundo mandato de CFK lo que ocurrió en el primero. En diciembre de 2007, la asunción de la Presidenta generó un récord de optimismo y el IGEE llegó a un nivel de 115 puntos. Pero de inmediato se inició una caída, que acrecentó su velocidad al iniciarse el conflicto con el campo y que hizo que en abril de 2009 hubiera un récord de pesimismo, con una caída del 34% en el indicador.