En ocasiones me tomo mi tiempo para hacer algunos análisis. En este caso, el tiempo ha sido prolífico para una segunda y más rica remembranza acerca de un hecho que considero vital en la vida de mis connacionales, en este 2012. Me refiero a lo que varios políticos declararon: "la convocatoria fue una sorpresa". Esto fue la noche del 13 de septiembre de 2012, el día en que Internet le dio una bofetada a la clase dirigente argentina y la dejó sin palabras. O, más bien, con una sola y sintomática palabra: sorpresa. La explicación de por qué los sectores más poderosos de nuestro país (lo que excede largamente a la política, porque el fenómeno atraviesa toda nuestra vida cotidiana) no habían podido anticipar la clase de fenómeno que puede gestarse desde las redes sociales es bastante compleja, pero arranca con no haber advertido las señales a tiempo.
A mediados de 2011 la Argentina estaba segunda en la lista de las naciones cuyos habitantes pasan más tiempo en las redes sociales. Con 10,7 horas promedio mensuales por visitante, nuestro país se encontraba a un paso del puntero, Israel, con 11,1 horas, y muy por encima del promedio global, de 5,7 horas. Esta señal -un formidable vaticinio del impacto que tendrían Facebook y Twitter en la política argentina durante los siguientes 12 meses- apareció en el radar de ComScore, una compañía que se dedica al análisis de Internet, en diciembre del año último, como parte de un informe público sugestivamente titulado "Es un mundo social". Además, el estudio revelaba otras tres tendencias que es oportuno mencionar aquí.
Lo más distintivo y unívoco, es que las redes sociales se habían convertido en la actividad más importante de Internet. A continuación, que el microblogging (es decir, Twitter) se había transformado en "una nueva fuerza disruptiva en las redes sociales" (ergo, en Internet; ergo, en el mundo). Y tras cartón, destacaba el impulso adicional que los teléfonos móviles estaban dándole al tsunami social que inundaba Internet con marejada imparable.
Pude acceder, investigando, a los resultados de la nueva encuesta de ComScore sobre redes sociales, de octubre de este año. Ya no estamos segundos. Ahora, la Argentina ocupa el primer lugar en el mundo en tiempo consumido en las redes sociales (Estados Unidos está en el puesto 16). Podría decirse que, en general, los latinoamericanos somos muy comunicativos y sociables, lo que se refleja en el promedio de 8,3 horas por persona en la región. Aún así, nuestro país está casi dos horas por encima de ese valor. Permanece en 10,1 horas.
Aún así, a pesar de que la Argentina es uno de los países con más penetración de Internet en la región, pese a que tiene la tasa más alta de teléfonos móviles capaces de usar redes sociales (smartphones y socialphones ) en América latina y pese a ser el país del mundo que más horas pasa en las redes sociales, la convocatoria del 13-S sorprendió a la clase política.
Y sigue sin estar en la agenda política.
LAS IMPERFECCIONES INEVITABLES
Es un síntoma en la clase política de nuestro país, que no sólo los temas de las tecnologías de información y telecomunicaciones siguen siendo un asunto que se delega al experto, lejos de la agenda caliente, sino también de que las rotundas advertencias del #13S y el #8N siguen sin ser percibidas como relevantes. En el fondo, y este fenómeno ocurre en todo el mundo, la clase dirigente está decidida a ignorar Internet. Es comprensible: la lógica de la política tal como la conocemos no puede procesar Internet, no tiene instrumentos para integrarla a su discurso, excepto como alguna clase de anomalía pasajera. ¿Por qué? Porque uno de sus axiomas es que la cantidad de poder que posee cada ciudadano es pequeña y está encapsulada, es decir, no puede articularse ni organizarse, excepto por medio de los aparatos partidarios.
Pero, debido a la aparición de computadoras económicas y portátiles y a la irrupción de Internet, el axioma ya no se cumple, o al menos no se cumple con igual consistencia. Hoy una parte sustancial de la ciudadanía lleva en el bolsillo más poder de cómputo que el que existía en todo el planeta a fines de la Segunda Guerra Mundial. Por añadidura, puede comunicarse prácticamente sin fronteras a costos irrisorios. Como ocurre con cualquier sistema de pensamiento, cuando algún axioma falla, todo el sistema falla. El primer síntoma es la confusión y la imposibilidad de prever. Nadie previó el 13-S. Muchos dudaron de que se repitiera en ocasión del 8-N. Ni propios ni ajenos pudieron hacer que sus manuales funcionaran. Esta confusión trasciende toda ideología.
De allí que algunas explicaciones resultaron no menos delirantes. Por ejemplo, muchos creyeron ver en las convocatorias del 13-S y el 8-N el resurgimiento de la "antipolítica". Falso: las consignas de ambas marchas solicitaban en realidad más y mejor política. Pero parece que este nuevo orden de cosas en el que el ciudadano tiene más poder y puede articularlo fácilmente debe calificarse de anomalía (el 13-S está bien, pero no se va a repetir) o descalificárselo sin más (se viene la antipolítica).
NUESTRAS MEJORES Y PEORES EXPRESIONES
El hecho de que los argentinos aparezcamos en el tope de los pueblos que participan en esta movida no es tampoco una sorpresa. Los que vienen siguiendo las estadísticas de Internet saben que siempre fuimos extraordinariamente activos en la Red, en particular al crear contenidos y publicar blogs. Nuestros productos web están entre los mejores del mundo. Somos uno de los países con más cuentas de Hotmail y Gmail. Desde luego, cuando aparecieron Facebook y Twitter, abrazamos las nuevas formas de comunicación con nuestro tradicional desenfado y entusiasmo.
La transversalidad de las redes sociales está presente también en la forma en que usamos estos servicios. Con esa facilidad que nos caracteriza para abrirnos al otro, publicamos desde profundas reflexiones sobre filosofía, paternidad, salud o política hasta lo que estamos comiendo, incluyendo, claro está, la apetitosa foto. Como en una reunión familiar, todo es excusa para el comentario y el retruécano.
Hacernos callar no parece la mejor idea del mundo, eso se cae de su peso. Las redes sociales, en particular Twitter, se articulan de una manera casi perfecta, sin fisuras, con lo mejor que tenemos. Pero también con lo peor. Y no me refiero al horrísono humor negro del que somos perpetuos cultores (y del que me confieso admirador, muy a mi pesar), sino a la intolerancia de la que solemos hacer gala.
Las sangrientas batallas en Twitter y Facebook, muchas veces sazonadas por las tristemente obvias acciones de operadores oficialistas, se evitarían si nos diéramos cuenta de que en toda discusión casi siempre ambos contendientes tienen una parte de la razón, y que la verdad, siempre es sinfónica. Es algo que tenemos que aprender como nación y que en Twitter se ve a menudo. Se nos halla tan amigueros como divididos.
Una paradoja que nos pinta de cuerpo entero. Pero estamos siendo, cuanto menos, auténticos. En un mundo social, resultamos ser los que más tiempo pasamos socializando. Lógico.